viernes, 26 de agosto de 2011

Matar o adorar

(Reflexión a Mt. 2, 1-12)

     Herodes y su corte de Jerusalén representan el mundo de los poderosos. Todo vale en este mundo con tal de asegurar el propio poder: el cálculo, la estrategia y la mentira.

     Vale incluso la crueldad, el terror, el desprecio al ser humano y la destrucción de los inocentes. Es un mundo que conocemos bien pues respiramos su atmósfera hasta la náusea. Parece un mundo grande y poderoso, se nos presenta como defensor del orden y la justicia, pero es débil y mezquino pues termina siempre buscando al niño «para matarlo».

     Según el relato de Mateo, unos magos venidos de Oriente irrumpen en este mundo de tinieblas. Algunos exégetas interpretan hoy la leyenda evangélica acudiendo a la psicología de lo profundo.

     Los magos representan el camino que siguen quienes escuchan los anhelos más nobles del corazón humano; la estrella que los guía es la nostalgia de lo divino; el camino que recorren es el deseo.

     Para descubrir lo divino en lo humano, para adorar al niño en vez de buscar su muerte, para reconocer la dignidad del ser humano en vez de destruirla, hay que recorrer un camino muy diferente del que sigue Herodes.

     No es un camino fácil. No basta escuchar la llamada del corazón; hay que ponerse en marcha, exponerse, correr riesgos. El gesto final de los magos es sublime. No matan al niño, sino que lo adoran. Se inclinan respetuosamente ante su dignidad; ven resplandecer en él la estrella de Dios; descubren lo divino en lo humano. Es el mensaje central del Hijo de Dios encarnado en el niño de Belén.

     Podemos vislumbrar también el significado simbólico de los regalos que le ofrecen. Con el oro reconocen la dignidad y el valor inestimable del ser humano; todo ha de quedar subordinado a su felicidad. Un niño merece que se pongan a sus pies todas las riquezas del mundo.

     El incienso recoge el deseo de que la vida del niño se despliegue y su dignidad se eleve hasta el cielo. Todo ser humano está llamado a participar de la vida misma de Dios.

     La mirra es medicina para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento. El ser humano necesita de cuidados y consuelo, no de violencia y agresión.

     Con su atención al débil y su ternura hacia el humillado, este Niño introducirá en el mundo la magia del amor, única fuerza de salvación, que ya desde ahora hace temblar al poderoso Herodes.

José Antonio Pagola

1 comentario:

Zambullida dijo...

Magnífica reflexión.