sábado, 30 de junio de 2012

Un ejemplo impiadoso

Por Susana Merino
Aunque La Piedad, el famoso grupo escultórico de Miguel Angel se halle notoria y destacadamente alojado en un muro lateral de la Basílica de San Pedro y más precisamente a metros del ingreso, pareciera sin embargo, que el sentimiento que evoca el espíritu sufriente de la madre de Cristo con el cadáver de su hijo en el regazo hubiera desaparecido de la Santa Sede.
La prueba más reciente ha sido la actitud del Vaticano ante los sucesos confiscatorios del gobierno en Paraguay cuyo destinatario, un hijo de esa Iglesia que equivocado o no, culpable o no, merecía ser tratado con toda la consideración que un padre o una madre dedican invariablemente a un hijo. Pero inesperada e imprevistamente ha sido el Vaticano el primero en aplaudir a los victimarios del hijo, mientras sus propios hermanos prelados convalidaban el proceso.
Piedad, misericordia, compasión... ¿algún lector recuerda el significado de estas palabras? ¡Parecen tan antiguas! Y sin embargo nadie puede ignorar la urgencia de reincorporarlas al lenguaje cotidiano, no para, aceptar simplemente situaciones a que nos han venido conduciendo el egoísmo, la indiferencia, el materialismo, el individualismo, de nuestra vida contemporánea sino para sacudirnos la molicie, la estéril resignación, la aquiescencia ante un estado de cosas que pide urgentes cambios frente a un panorama de necesidades insatisfechas, de abandono, de falta de posibilidades de desarrollar una existencia digna, para una enorme mayoría de nuestros coetáneos.
Lo sucedido en Paraguay, no solo hubiera merecido un poco más de comprensión, de análisis y de prudencia por parte de las autoridades religiosas que se precipitaron a convalidar el derrocamiento de Lugo, como sin embargo sí lo ha hecho la comunidad de religiosos y religiosas paraguayos, CONFERPAR con su fundamentado rechazo al arbitrario y desprolijo juicio político realizado al ahora ex presidente y a la falta de ecuanimidad y de equilibrio que hubiera debido primar entre los sectores que condujeron al país a esta institucional encrucijada.
Pero como es de rigor en el mundo contemporáneo la justicia social no es "santo de la devoción" de los poderosos a los que una ceguera existencial les impide comprender que la verdadera naturaleza de los actuales conflictos los tiene por principales protagonistas aunque también es cierto que aún comprendiéndolo se niegan a aceptarla puesto que el hacerlo les exigiría renunciar por lo menos en parte a sus generalmente mal habidos privilegios.
Lo ocurrido en Paraguay contiene dos aristas igualmente dolorosas; la primera el hecho en sí, la destitución precipitada y arbitraria del Presidente Lugo, el quiebre institucional y la manipulación de la voluntad popular, el artero golpe a la democracia en suma y la segunda la imperdonable, impiadosa y colectiva reacción de las máximas autoridades eclesiásticas, de nuestra iglesia Católica en cuyas actitudes hubiera sido de esperar el máximo de prudencia, de sensatez, de fraterna comprensión hacia el hermano caído y que por el contrario reaccionaron con el mayor de los rigores y sin la menor manifestación de caridad cristiana.
Mencionar la imagen de La Piedad de Miguel Angel en las primeras líneas de esta reflexión me llevó a recordar que ese evcativo grupo escultórico cuyo sentido profundo pareciera haber sido olvidado dentro y fuera de la iglesia, se halla a la derecha de la entrada de la Basílica, solo saliendo de ella lo tendremos a la izquierda... ¡Toda una paradoja!
Susana Merino
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EL PARAGUAY ARRASADO
OTRA VEZ EL VATICANO
LE HA CLAVADO A NUESTRA AMÉRICA
UN PUÑAL ENSANGRENTADO
Y CORRIENDO A UBICARSE PRESUROSO
EN PRIVILEGIADO LUGAR
DE "PRIMUS INTER PARES"
HA BENDECIDO AL SÁTRAPA TRAIDOR
DEL PUEBLO PARAGUAYO.
OTRA VEZ NUESTRO CRISTO HA SIDO HERIDO,
HERIDO Y TRAICIONADO
POR LOS TREINTA DENARIOS DE LA SOJA,
QUE DESTRUYE LOS CAMPOS Y CORROMPE
CON SAÑA INCONCEBIBLE A LOS HUMANOS.
OTRA VEZ NUESTRO CRISTO SE HA INMOLADO
A LA VERA DE ESOS CAMPOS ARRASADOS
DE ESOS BOSQUES EXTINGUIDOS
DE ESOS RÍOS DEGRADADOS
DE ESOS SUELOS MALTRATADOS
DE LA VIDA SIN FUTURO DE ESOS PUEBLOS
DE INMEMORIAL PASADO EN ESTAS TIERRAS
Y OTRA VEZ EN EL NOMBRE DE ESE CRISTO
EL VICARIO DE UN DIOS QUE NO ES EL SUYO
SEPULTA EN EL OLVIDO A LOS QUE SUFREN
Y ELOGIA SIN PUDOR A LOS QUE LUCRAN
O DETENTAN PODERES USURPADOS
CONDENANDO AL DOLOR Y A LA INCLEMENCIA
Y A MUERTE PREMATURA A SUS HERMANOS.
¡TAL VEZ CALLAR HUBIERA SIDO MÁS CRISTIANO!

lunes, 25 de junio de 2012

La fe de la mujer

(Reflexión a Mc. 5, 21-43)
La escena es sorprendente. El evangelista Marcos presenta a una mujer desconocida como modelo de fe para las comunidades cristianas. De ella podrán aprender cómo buscar a Jesús con fe, cómo llegar a un contacto sanador con él y cómo encontrar en él la fuerza para iniciar una vida nueva, llena de paz y salud.
A diferencia de Jairo, identificado como "jefe de la sinagoga" y hombre importante en Cafarnaún, esta mujer no es nadie. Solo sabemos que padece una enfermedad secreta, típicamente femenina, que le impide vivir de manera sana su vida de mujer, esposa y madre.
Sufre mucho física y moralmente. Se ha arruinado buscando ayuda en los médicos, pero nadie la ha podido curar. Sin embargo, se resiste a vivir para siempre como una mujer enferma. Está sola. Nadie le ayuda a acercarse a Jesús, pero ella sabrá encontrarse con él.
No espera pasivamente a que Jesús se le acerque y le imponga sus manos. Ella misma lo buscará. Irá superando todos los obstáculos. Hará todo lo que puede y sabe. Jesús comprenderá su deseo de una vida más sana. Confía plenamente en su fuerza sanadora.
La mujer no se contenta solo con ver a Jesús de lejos. Busca un contacto más directo y personal. Actúa con determinación, pero no de manera alocada. No quiere molestar a nadie. Se acerca por detrás, entre la gente, y le toca el manto. En ese gesto delicado se concreta y expresa su confianza total en Jesús.
Todo ha ocurrido en secreto, pero Jesús quiere que todos conozcan la fe grande de esta mujer. Cuando ella, asustada y temblorosa, confiesa lo que ha hecho, Jesús le dice: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud". Esta mujer, con su capacidad para buscar y acoger la salvación que se nos ofrece en Jesús, es un modelo de fe para todos nosotros.
¿Quién ayuda a las mujeres de nuestros días a encontrarse con Jesús? ¿Quién se esfuerza por comprender los obstáculos que encuentran en la Iglesia actual para vivir su fe en Cristo "en paz y con salud"? ¿Quién valora la fe y los esfuerzos de las teólogas que, sin apenas apoyo alguno y venciendo toda clase de resistencias y rechazos, trabajan sin descanso por abrir caminos que permitan a la mujer vivir con más dignidad en la Iglesia de Jesús?
Las mujeres no encuentran entre nosotros la acogida, la valoración y la comprensión que encontraban en Jesús. No sabemos mirarlas como las miraba él. Sin embargo, con frecuencia, ellas son también hoy las que con su fe en Jesús y su aliento evangélico sostienen la vida de nuestras comunidades cristianas.
José Antonio Pagola

Las prelaturas nullius


JUAN RUBIO, director de Vida Nueva
(Vida Nueva, nro. 2806, pág. 7)
La crisis de los lefebvrianos va tocando a su fin con la creación, al parecer, de una prelatura nullius. Ya la incorporación de miembros de la Iglesia de Inglaterra tuvo también esta figura canónica, que en España es conocida por ser la concedida al Opus Dei por Juan Pablo II.
Parto del viejo dicho: Roma locuta, causa finita. Aún así, el deseo integrador de Benedicto XVI, digno de encomio, no parece contemplar situaciones que también son preocupantes, como grupos de sacerdotes en América Latina, religiosas en los Estados Unidos o algún que otro movimiento que no niega el Vaticano II, sino que desea una mayor aplicación.
Las prelaturas personales, puestas al servicio de la comunión, no deben hacer perder fuerza ante las creadas para potenciar la labor de un carisma.
Doctores y canonistas tiene la Iglesia, pero si de unir y reunir se trata, no conviene mirar para un solo lado, sino abrir bien los ojos para poder ayudar a una mayor pluralidad, no solo en el flanco conservador, también en el progresista. Lo que tirita es la comunión y hay mucho amor a la Iglesia y deseos de comunión en quienes siguen dejándose la piel en las fronteras de la evangelización.
(El destacado en letra azul, es de Dadlogratis)

jueves, 21 de junio de 2012

¿Porqué tanto miedo?

 (Reflexión a Mc. 4, 35-41)
La barca en la que van Jesús y sus discípulos se ve atrapada por una de aquellas tormentas imprevistas y furiosas que se levantan en el lago de Galilea al atardecer de algunos días de verano. Marcos describe el episodio para despertar la fe de las comunidades cristianas que viven momentos difíciles.
El relato no es una historia tranquilizante para consolarnos a los cristianos de hoy con la promesa de una protección divina que permita a la Iglesia pasear tranquila a través de la historia. Es la llamada decisiva de Jesús para hacer con él la travesía en tiempos difíciles: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".
Marcos prepara la escena desde el principio. Nos dice que "era al atardecer". Pronto caerán las tinieblas de la noche sobre el lago. Es Jesús quien toma la iniciativa de aquella extraña travesía: "Vamos a la otra orilla". La expresión no es nada inocente. Les invita a pasar juntos, en la misma barca, hacia otro mundo, más allá de lo conocido: la región pagana de la Decápolis.
De pronto se levanta un fuerte huracán y las olas rompen contra la frágil embarcación inundándola de agua. La escena es patética: en la parte delantera, los discípulos luchando impotentes contra la tempestad; a popa, en un lugar algo más elevado, Jesús durmiendo tranquilamente sobre un cojín.
Aterrorizados, los discípulos despiertan a Jesús. No captan la confianza de Jesús en el Padre. Lo único que ven en él es una increíble falta de interés por ellos. Se les ve llenos de miedo y nerviosismo: "Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?".
Jesús no se justifica. Se pone de pie y pronuncia una especie de exorcismo: el viento cesa de rugir y se hace una gran calma. Jesús aprovecha esa paz y silencio grandes para hacerles dos preguntas que hoy llegan hasta nosotros: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?".        
¿Qué nos está sucediendo a los cristianos? ¿Por qué son tantos nuestros miedos para afrontar estos tiempos cruciales, y tan poca nuestra confianza en Jesús? ¿No es el miedo a hundirnos el que nos está bloqueando? ¿No es la búsqueda ciega de seguridad la que nos impide hacer una lectura lúcida, responsable y confiada de estos tiempos? ¿Por qué nos resistimos a ver que Dios está conduciendo a la Iglesia hacia un futuro más fiel a Jesús y su Evangelio? ¿Por qué buscamos seguridad en lo conocido y establecido en el pasado, y no escuchamos la llamada de Jesús a "pasar a la otra orilla" para sembrar humildemente su Buena Noticia en un mundo indiferente a Dios, pero tan necesitado de esperanza.
José Antonio Pagola


viernes, 15 de junio de 2012

Qué Cuerpo y qué Sangre


Por Sandra Hojman
En esta tarde de víspera del Corpus, en que la iglesia diocesana marcha en la plaza... (pocas veces han salido a marchar... sólo a demostrar fuerzas o a combatir la libertad en el amor... jamás gritando contra el hambre o reclamando verdad y justicia...)
En esta tarde me pregunto por tu cuerpo y tu sangre...
No creo en el cuerpo que no se rompe antes de consagrarse, porque te encargaste muy bien de partir primero el pan para después declarar "así soy yo". Aunque esto dice la fórmula, no lo confirma la acción litúrgica... una de tantas veces en que la palabra es desmentida por las prácticas... "Tomó el pan, lo partió y lo dio...".
Esto eres, el cuerpo roto, uno de los tantos rotos, partidos, lastimados, entregados...
No eres el que se preserva entero, "sin mancha ni arruga". Eres el que se quiebra para recobrar, en y con nosotros, la integridad, y solo si nosotros la recuperamos. Mientras haya rotos en estos pagos, seguirás partiéndote...
Eres el que no se guarda ni una miga de sí, para que alcance para todos. Eres el que se identifica con los quebrantados de la historia, con los des-poseídos (o sea, aquellos a quienes les fueron arrebatadas las posesiones básicas)
No creo tampoco en una sangre que se derrama "por muchos", que se restringe, que hace acepción. Creo en el empuje irrefrenable de tu vitalidad, que todo lo empapa, que sigue corriendo, que se cuela por cualquier grieta. Creo en el río de tu amor, que no deja a nadie afuera. Creo en la explosión de vida de tu pascua, que recoge todos los llantos y todos los gozos, que hace fiesta con el mejor vino y no se deja detener ni aun por tus mensajeros.
No creo en tu cuerpo encerrado en jaula de oro, transformado de pan común y corriente en objeto de joyería. No creo en tu cuerpo atrapado, lejos nuevamente de tu pueblo, velo del templo que te oculta una vez más. No creo en un cuerpo portado sólo por los iluminados ni en tantos indignos de recibirte. No creo en un cuerpo al servicio de la exclusión, del exilio, de marginalidad. Creo en tu camino desde los márgenes y desde los marginales, para la reunión final que concluye la diáspora. Creo en el escándalo de que en la mesa de los pobres, se ofrece Dios mismo.
Tampoco creo ya en la iglesia poderosa, que se reúne para exhibir, que se hace presente cuando nadie la llama y pareciera no oír los gemidos de tu pueblo. Que elige tan prudentemente qué banderas levantar. No creo en las vestiduras, en los ornamentos, en nada que aleje tu cena de ese encuentro fraterno donde nos revelaste lo infinito de tu amor; donde nos serviste y nos enseñaste y juntaste coraje para seguir amando.
No creo en tantas cosas.
Creo en tanto amor derramado... pobre y empobrecido...que no elige dónde estar, se brinda a todos, tirado en la mesa. Expuesto a que lo tomen o no, lo gocen o lo maltraten.
Creo en tu cuerpo hecho pedazos.
Creo en tu sangre volcada sobre nuestra humanidad, sin medida.

Con humildad y confianza

(Reflexión a Mc. 4, 26-34)
A Jesús le preocupaba mucho que sus seguidores terminaran un día desalentados al ver que sus esfuerzos por un mundo más humano y dichoso no obtenían el éxito esperado. ¿Olvidarían el reino de Dios? ¿Mantendrían su confianza en el Padre? Lo más importante es que no olviden nunca cómo han de trabajar.
Con ejemplos tomados de la experiencia de los campesinos de Galilea, les anima a trabajar siempre con realismo, con paciencia y con una confianza grande. No es posible abrir caminos al Reino de Dios de cualquier manera. Se tienen que fijar en cómo trabaja él.
Lo primero que han de saber es que su tarea es sembrar, no cosechar. No vivirán pendientes de los resultados. No les han de preocupar la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más.
Después de siglos de expansión religiosa y gran poder social, los cristianos hemos de recuperar en la Iglesia el gesto humilde del sembrador. Olvidar la lógica del cosechador que sale siempre a recoger frutos y entrar en la lógica paciente del que siembra un futuro mejor.
Los comienzos de toda siembra siempre son humildes. Más todavía si se trata de sembrar el Proyecto de Dios en el ser humano. La  fuerza del Evangelio no es nunca algo espectacular o clamoroso. Según Jesús, es como sembrar algo tan pequeño e insignificante como "un grano de mostaza" que germina secretamente en el corazón de las personas.
Por eso, el Evangelio solo se puede sembrar con fe. Es lo que Jesús quiere hacerles ver con sus pequeñas parábolas. El Proyecto de Dios de hacer un mundo más humano lleva dentro una fuerza salvadora y transformadora que ya no depende del sembrador. Cuando la Buena Noticia de ese Dios penetra en una persona o en un grupo humano, allí comienza a crecer algo que a nosotros nos desborda.
En la Iglesia no sabemos en estos momentos cómo actuar en esta situación nueva e inédita, en medio de una sociedad cada vez más indiferente a dogmas religiosos y códigos morales. Nadie tiene la receta. Nadie sabe exactamente lo que hay que hacer. Lo que necesitamos es buscar caminos nuevos con la humildad y la confianza de Jesús.
Tarde o temprano, los cristianos sentiremos la necesidad de volver a lo esencial. Descubriremos que solo la fuerza de Jesús puede regenerar la fe en la sociedad descristianizada de nuestros días. Entonces aprenderemos a sembrar con humildad el Evangelio como inicio de una fe renovada, no transmitida por nuestros esfuerzos pastorales, sino engendrada por él.
José Antonio Pagola

jueves, 7 de junio de 2012

Eucaristía y crisis

(Reflexión a Mc. 14, 12-16)
Todos los cristianos lo sabemos. La eucaristía dominical se puede convertir fácilmente en un "refugio religioso" que nos protege de la vida conflictiva en la que nos movemos a lo largo de la semana. Es tentador ir a misa para compartir una experiencia religiosa que nos permite descansar de los problemas, tensiones y malas noticias que nos presionan por todas partes.
A veces somos sensibles a lo que afecta a la dignidad de la celebración, pero nos preocupa menos olvidarnos de las exigencias que entraña celebrar la cena del Señor. Nos molesta que un sacerdote no se atenga estrictamente a la normativa ritual, pero podemos seguir celebrando rutinariamente la misa, sin escuchar las llamadas del Evangelio.
El riesgo siempre es el mismo: Comulgar con Cristo en lo íntimo del corazón, sin preocuparnos de comulgar con los hermanos que sufren. Compartir el pan de la eucaristía e ignorar el hambre de millones de hermanos privados de pan, de justicia y de futuro.
En los próximos años se van a ir agravando los efectos de la crisis mucho más de lo que nos temíamos. La cascada de medidas que se nos dictan de manera inapelable e implacable irán haciendo crecer entre nosotros una desigualdad injusta. Iremos viendo cómo personas de nuestro entorno más o menos cercano se van empobreciendo hasta quedar a merced de un futuro incierto e imprevisible.
Conoceremos de cerca inmigrantes privados de asistencia sanitaria, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación, familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas por el desahucio, gente desasistida, jóvenes sin un futuro nada claro... No lo podremos evitar. O endurecemos nuestros hábitos egoístas de siempre o nos hacemos más solidarios.
La celebración de la eucaristía en medio de esta sociedad en crisis puede ser un lugar de concienciación. Necesitamos liberarnos de una cultura individualista que nos ha acostumbrado a vivir pensando solo en nuestros propios intereses, para aprender sencillamente a ser más humanos. Toda la eucaristía está orientada a crear fraternidad.
No es normal escuchar todos los domingos a lo largo del año el Evangelio de Jesús, sin reaccionar ante sus llamadas. No podemos pedir al Padre "el pan nuestro de cada día" sin pensar en aquellos que tienen dificultades para obtenerlo. No podemos comulgar con Jesús sin hacernos más generosos y solidarios. No podemos darnos la paz unos a otros sin estar dispuestos a tender una mano a quienes están más solos e indefensos ante la crisis.
José Antonio Pagola