martes, 31 de julio de 2012

La necesidad de volver a la Iglesia de los Pobres

Jon Sobrino
UCA de San Salvador

Ver a la Iglesia "en pobreza y sin poder" nunca ha tenido mucho éxito, y si se hace de ello algo central ni siquiera en el Vaticano II, tan importante y decisivo en muchas otras cosas. Sí lo tuvo en Medellín, y en Puebla todavía pudo salir con bien ante graves maniobras en su contra.
Pero desde hace tres décadas el deterioro es inocultable. Dice Comblin: "Después de Puebla comenzó la Iglesia del silencio. La Iglesia empezó a no tener nada que decir". Y aunque Aparecida ha supuesto un pequeño freno, en la Iglesia no ha ocurrido todavía aquel "revertir la historia" que exigía Ellacuría para sanar una sociedad gravemente enferma. La conclusión es que hay que volver a una Iglesia de los pobres, y trabajar por ello. En El Salvador, después de Monseñor Romero, el deterioro es claro, y de ahí la necesidad de recomposición eclesial.

El Vaticano II
Juan XXIII deseaba que el Concilio reconociese que la Iglesia es "una Iglesia de los pobres". El cardenal Lercaro tuvo un emotivo y lúcido discurso sobre ello al final de la primera sesión en 1962, y Monseñor Himmer pidió con toda claridad: "hay que reservar a los pobres el primer puesto en la Iglesia". Pero ya en octubre de 1963 el obispo Gerlier se quejaba de la poca importancia que se estaba dando a los pobres en el esquema sobre la Iglesia. También los obispos latinoamericanos más lúcidos captaron pronto que a la inmensa mayoría del Concilio el tema les era muy lejano, aunque siempre se mantuvo un grupo que querían seguir la inspiración de Juan XXIII, entre ellos un buen número de latinoamericanos. Se reunieron confidencialmente y con regularidad en Domus Mariae, para tratar el tema "la pobreza de la Iglesia".
El 16 de noviembre de 1965, pocos días antes de la clausura del Concilio, cerca de 40 padres conciliares celebraron una eucaristía en las catacumbas de santa Domitila. Pidieron "ser fieles al espíritu de Jesús", y al terminar la celebración firmaron lo que llamaron "el pacto de las catacumbas".
El "pacto" es un desafío a los "hermanos en el episcopado" a llevar una "vida de pobreza" y a ser una Iglesia "servidora y pobre" como lo quería Juan XXIII. Los signatarios -entre ellos muchos latinoamericanos y brasileños, a los que después se unieron otros- se comprometían a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de su ministerio pastoral. El texto tendría un fuerte influjo en la teología de la liberación que despuntaría pocos años después.
Uno de los propulsores del pacto fue Dom Helder Camara. Este año celebramos el centenario de su nacimiento, el 7 de febrero de 1909 en Fortaleza, Ceará, en el Nordeste de Brasil. Como homenaje a su persona y exigencia a nosotros, publicamos a continuación el texto.

"El pacto de las catacumbas: una Iglesia servidora y pobre"
Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros en una iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que sigue:

1. Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa, comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5, 3; 6, 33s; 8-20.
2. Renunciamos para siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos (esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s; Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No poseeremos bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc, a nombre propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis, o de las obras sociales o caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En cuanto sea posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser menos administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5. Rechazamos que verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen con el nombre evangélico de Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6. En nuestro comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.
7. Igualmente evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13; 2 Cor 12, 4.
8. Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis.
Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida y el trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt 11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9. Conscientes de las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones, procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un humilde servicio a los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc 13, 12-14 y 33s.
10. Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11. Porque la colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios de la humanidad- nos comprometemos:
* a compartir, según nuestras posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las naciones pobres;
* a pedir juntos, al nivel de organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su miseria.
12. Nos comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
* nos esforzaremos para "revisar nuestra vida" con ellos;
* buscaremos colaboradores para poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
* procuraremos hacernos lo más humanamente posible presentes, ser acogedores;
* nos mostraremos abiertos a todos, sea cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6, 1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.

Que Dios nos ayude a ser fieles / La Iglesia de Monseñor Romero
Leído hoy el pacto, llama la atención que, en lo fundamental, trata un solo tema: la pobreza. Pero por ser ése el quicio alrededor del cual giraba todo -no, por ejemplo, la administración de los sacramentos-, el pacto de las catacumbas produjo frutos importantes en Medellín y, poco a poco, en otras Iglesias. Históricamente, llevó a la lucha por la justicia y la liberación. Eclesialmente, a la opción por los pobres. Teologalmente, al Dios de los pobres. Todo eso llegó a El Salvador, y Monseñor Romero lo puso a producir y lo bendijo, junto a la novedad salvadoreña de los mártires.
Monseñor conoció en Puebla a aquellos obispos del pacto y de Medellín y regresó muy contento. "Me acuerdo de una de las primeras noches de la reunión de Puebla, cuando conocí a Monseñor Helder Cámara y a Monseñor Proaño y al Cardenal Arns del Brasil. Cuando supieron que yo era el arzobispo de San Salvador me decían: ‘Usted tiene mucho que contarnos. Sepa que lo sabemos y que ese pueblo es admirable, y que sigan siendo fieles al Evangelio como han sido hasta ahora’". Es evidente la admiración que sentían por Monseñor, y la que Monseñor sentía por ellos.
En la actualidad también hay "pactos". Pedro Casaldáliga en es su portavoz más elocuente. En su circular del 2009 escribe: "pacto".
Dom Hélder Câmara era uno de los principales animadores del grupo profético. Hoy, nosotros, en la convulsa coyuntura actual, profesamos la vigencia de muchos sueños, sociales, políticos, eclesiales, a los que de ningún modo podemos renunciar. Seguimos rechazando el capitalismo neoliberal, el neoimperialismo del dinero y de las armas, una economía de mercado y de consumismo que sepulta en la pobreza y en el hambre a una gran mayoría de la Humanidad. Y seguiremos rechazando toda discriminación por motivos de género, de cultura, de raza. Exigimos la transformación sustancial de los organismos mundiales (ONU, FMI, Banco Mundial, OMC…). Nos comprometemos a vivir una "ecológica profunda e integral", propiciando una política agraria-agrícola alternativa a la política depredadora del latifundio, del monocultivo, del agrotóxico. Participaremos en las transformaciones sociales, políticas y económicas, para una democracia de "alta intensidad".
Como Iglesia queremos vivir, a la luz del Evangelio, la pasión obsesiva de Jesús, el Reino. Queremos ser Iglesia de la opción por los pobres, comunidad ecuménica y macroecuménica también. El Dios en quien creemos, el Abbá de Jesús, no puede ser de ningún modo causa de fundamentalismos, de exclusiones, de inclusiones absorbentes, de orgullo proselitista. Ya basta con hacer de nuestro Dios el único Dios verdadero. "Mi Dios, ¿me deja ver a Dios?". Con todo respeto por la opinión del Papa Benedicto XVI, el diálogo interreligioso no sólo es posible, es necesario. Haremos de la corresponsabilidad eclesial la expresión legítima de una fe adulta.
Exigiremos, corrigiendo siglos de discriminación, la plena igualdad de la mujer en la vida y en los ministerios de la Iglesia. Estimularemos la libertad y el servicio reconocido de nuestros teólogos y teólogas. La Iglesia será una red de comunidades orantes, servidoras, proféticas, testigos de la Buena Nueva: una Buena Nueva de vida, de libertad, de comunión feliz. Una Buena Nueva de misericordia, de acogida, de perdón, de ternura, samaritana a la vera de todos los caminos de la Humanidad.
Seguiremos haciendo que se viva en la práctica eclesial la advertencia de Jesús: "No será así entre vosotros" (Mt 21, 26). Sea la autoridad servicio. El Vaticano dejará de ser Estado y el Papa no será más Jefe de Estado. La Curia habrá de ser profundamente reformada y las Iglesias locales cultivarán la inculturación del Evangelio y la ministerialidad compartida. La Iglesia se comprometerá, sin miedo, sin evasiones, en las grandes causas de la justicia y de la paz, de los derechos humanos y de la igualdad reconocida de todos los pueblos. Será profecía de anuncio, de denuncia, de consolación.


lunes, 30 de julio de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (10)

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10. SÉ HUMILDE
Olvídate. Renuncia a ti mismo. Interésate por mí y te encontrarás en tu propio lugar sin haberte buscado. Lo que cuenta es seguir adelante, la ascensión de mi Pueblo. Lo que cuenta es el conjunto y cada uno en ese conjunto. Déjame conducir mi gran negocio a mi manera. Yo he menester mucho más de tu humildad que de tu acción exterior. Te utilizaré como mejor me parezca. Ninguna cuenta me tienes que pedir, tú y yo, ninguna te tengo que dar. Sé dócil, sé disponible. Ponte enteramente a mi discreción, escudriñando mi voluntad. Yo te indicaré paso a paso lo que espero de ti. Tú no descubrirás en el acto la utilidad, de lo que te pido; por ti, no obstante. Yo obraré, en ti me percibirán cada día más y, a menudo, sin que tú te des cuenta, por ti yo haré pasar mi luz y mi gracia.
Las dificultades humanas, casi todas, provienen del orgullo humano. Pídeme la gracia del desprendimiento de todas las vanidades humanas y te sentirás más libre para llegarte a mí y para llenarte de mí. ¡Es tan nada lo que no es yo! ¡Cuántas veces las dignidades imposibilitan mi presencia! Cada vez que los galardonados por ellas están como encadenados.
Aprecio cuando tú te sientes “nada”, “insignificante” cuando físicamente te sientes decaído, anonadado. No temas nada pues soy yo entonces tu remedio, tu auxilio, tu fortaleza. Tú estás en mis manos. Yo sé adónde te llevo.
Te llevo por el camino de la humillación. Acéptala con amor y confianza. Es el regalo más lindo que yo te pueda hacer. Hasta, y sobre todo, cuando es ácida, la humillación conlleva tantos elementos de fecundidad espiritual que, si tú vieses las cosas como las veo yo, nunca querrías ser menos humillado. ¡Si supieses lo que tú logras por tus humillaciones unidas a las mías! La obra magna del amor se opera mediante sufrimientos, humillaciones y caridades oblativas. ¡Lo demás es tan fácilmente ilusión! ¡Cuánto tiempo perdido, cuántos esfuerzos derrochados, cuántos trabajos totalmente estériles! Y eso porque todo fue averiado por el gusano del orgullo o de la vanidad.
Cuanto más tú me veas a mí actuando en ti y recibiendo en los demás lo que yo te inspiro que les digas, tanto más se incrementará tu influencia sobre ellos y tanto más mermará en ti tu opinión sobre ti mismo. Llegarás a pensar: “No, no es el fruto de mi esfuerzo personal. Es Jesús el que estaba ahí, en mí. A Él sólo hay que tributar el mérito y la gloria”.
No te inquietes por la merma de algunas de tus facultades, de la memoria por ejemplo. Yo no aprecio el valor de los hombres por la intensidad de las mismas, sin contar que mi amor viene a suplir las deficiencias y hasta las flaquezas humanas. Todo eso es parte de las limitaciones impuestas por la edad a la naturaleza humana, y te hace comprender mejor la contingencia de lo que pasa y, por lo tanto, de lo accesorio.
También es bueno que caigas en la cuenta, con humor, de que por ti mismo nada eres ni tienes derecho alguno. Utiliza, jubiloso, lo gran poco que te dejo, pensando con gratitud en los medios que, aunque disminuidos, te sigo concediendo. Nada de lo que te es indispensable para cumplir día tras día la misión que te confío te será restado pero lo utilizarás de una manera más genuina porque estarás más consciente de que los dones puestos a tu disposición son absolutamente gratuitos y al mismo tiempo relativamente precarios.
Es normal que a veces no seas comprendido, que tus intenciones más rectas sean desfiguradas y que te atribuyan sentimientos o decisiones que no proceden de ti. Quédate en paz y no te dejes afectar por nada semejante. Otro tanto ocurrió conmigo, y eso es parte de la redención del mundo.
Sé manso. Las ocasiones de probar que tú tienes razón pueden ser numerosas, más la lógica divina no es la lógica humana. Mansedumbre y paciencia son las hijas del verdadero amor que descubre siempre las razones atenuantes y restablece la justicia en beneficio de la equidad verdadera.
Comulga con frecuencia en mi mansedumbre. Mi suavidad no es afectación. Mi Espíritu es simultáneamente unción y fuerza, bondad y plenitud de poder. Recuerda: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra y se quedarán siempre en posesión de sí mismos. Mejor aún: ellos ya me poseen y pueden así más fácilmente revelarme a los demás.
Mi grado de irradiación en un alma depende de la intimidad de mi presencia. Ahora bien, yo nunca me encuentro en ella a no ser que descubra en un corazón de hombre mi mansedumbre y mi humildad. En la medida en que tú renuncias a toda superioridad, en esa medida me permites crecer en ti, y tal es, bien lo sabes tú, el secreto de toda verdadera fecundidad espiritual en el campo de lo invisible. Pídeme la gracia de ser humilde como deseo yo que lo seas, no para vanagloriarte sino con sinceridad.
La humildad facilita el encuentro del alma con su Dios y difunde nueva claridad sobre todos los problemas de la vida corriente. Entonces, yo consigo ser verdaderamente el centro de tu vida. Es para mí para quien tú obras, escribes, hablas y oras. Ya no eres tú el que vive, soy yo el que vive en ti. Yo me hago TODO para ti y tú me hallas en todos aquellos con los que bregas. Tu acogida es entonces más bondadosa, tu palabra mejor vehículo de mi pensamiento, y tus escritos son aún más la expresión fiel de mi Espíritu. Pero ¡cuánto tienes que desprenderte todavía de tu yo!
Que tu humildad sea leal, confiada, constante. Pídemelo como una gracia. Cuanto más humilde seas, más te acercarás a la Luz, y más por lo tanto la difundirás a tu alrededor.
Sin compartir aún la plenitud de la plenitud de la alegría eterna que te espera, tú puedes ya desde ahora y cada día más, hacer brotar sus reflejos en tu alma y hacerlos rutilar a tu alrededor.
Sé siempre más un servidor de mmi bondad, de mi humildad, de mi alegría.
Yo necesito más de tus humillaciones que de tus éxitos. Yo necesito más de tus renuncias que de tus satisfacciones. ¿cómo puedes engreírte de lo que no te pertenece? Todo cuanto eres y todo lo que posees tan sólo te lo han prestado, como los talentos del Evangelio. Hasta tu propia colaboración, tan preciosa a mis ojos, no es sino el fruto de mi gracia, y cuando yo recompense tus méritos, lo que en realidad coronaré serán mis propios dones. Tan sólo te pertenecen en propiedad tus errores, tus resistencias, tus ambigüedades, pero éstos los puede borrar sin dificultad mi inagotable misericordia.

Cuando el Señor habla al corazón (9)

 
9. SUFRIMIENTO, CONDICIÓN DE VIDA
Olvídate. Renuncia a ti mismo. Descéntrate de ti mismo. Te concedo la gracia. Pídemela porfiadamente. Te la concederé más aún.
Si yo acepto incluirte en mi sufrimiento, es para permitirte trabajar más eficazmente en la conversión, en la purificación, en la santificación de muchas almas unidas con la tuya. Yo te necesito y es normal que en esta fase meritoria de tu vida, efímera después de todo, tú puedas comulgar en mi Pasión redentora. Estas son las horas más fecundas de tu existencia. Los años pasan veloces. Lo que perdurará de tu vida es el amor con el que hayas ofrecido y sufrido.
En la tierra, nada es fecundo sin el dolor humildemente aceptado, pacientemente soportado, en unión conmigo que lo sufro en vosotros, que lo siento en vosotros, que lo experimento por medio de vosotros.
Orar, padecer, ofrecer, es pasar vuestra vida ocupados en pasar a mi vida y, de esa manera, permitir que mi vida de amor pase a vuestra vida.
Sufre con mi sufrimiento. Se trata no sólo de los sufrimientos indescriptibles de mi estancia en la tierra y especialmente de los de mi Pasión, sino también a todos los dolores que yo siento y asumo en todos los miembros de mi cuerpo místico.
Gracias a esta oblación la humanidad se purifica y se espiritualiza. Trata de entrar en el juego de i amor comulgando por dentro en mi sufrimiento redentor.
Los tres queridos apóstoles que yo había seleccionado cuidadosamente, que habían sido testigos de mi gloria en el Tabor, se durmieron mientras yo sudaba sangre en Getsemaní.
No hay que juzgar de la fecundidad espiritual con criterios humanos.
Yo quiero que tu amor sea más fuerte que tu sufrimiento; tu amor por mí, pues lo necesito para dar eficacia al mío; tu amor por los demás en cuyo favor desencadenas, por tu sufrimiento, mi acción salvadora.
Si amas apasionadamente, tu dolor te parecerá más soportable y me lo agradecerás. Ya me ayudas más de lo que piensas, pero cuanto más amor pongas para soportar los sufrimientos que te proporciono, más seré yo quien sufra en ti.
Los que sufren en unión conmigo son los primeros misioneros del mundo.
Si tú vieses a la gente como la veo yo, por dentro, te darías cuenta de que necesito encontrar en la tierra seres de buena voluntad en los que yo pueda sufrir y morir continuamente para espiritualizar y vivificar a la humanidad.
Frente a la suma de egoísmo, de lujuria, de orgullo que vuelve las almas opacas a mi gracia, ni la predicación, ni siquiera el testimonio son suficientes: es indispensable la cruz.
Para tener la fuerza de hacer un sacrificio cuando en el día se presenta la ocasión, no te fijes en la privación que te impone el sacrificio; mírame a mí, y aspira la fuerza que yo estoy dispuesto a concederte por mi Espíritu.
Sentir mi presencia y mi paz no es necesario; es la razón por la que algunas veces. Yo permito la prueba espiritual y esa enojosa aridez, condición de purificación y de mérito. Tener, no obstante, una percepción sensible de mi presencia, de mi bondad, de mi amor, es un estímulo inestimable que no es bueno despreciar. Tú tienes, pues, el derecho de desearlo y de pedírmelo. No te creas más fuerte de lo que eres. Sin este estímulo, ¿guardarías mucho tiempo el valor de perseverar?
Ven a mí con confianza. Yo sé mejor que tú lo que hay en ti, puesto que en ti vivo y que tú eres algo de mí. Pídeme ayuda: yo te alentaré y tú aprenderás a alentar a los demás.
Ofréceme fielmente algunos sacrificios voluntarios –por lo menos  tres veces al día- para Gloria de las Tres Divinas Personas. Poca cosa es, pero eso poco me será sumamente valioso si  lo haces con fidelidad y te merecerá una mayor asistencia de mi gracia en la hora de un sufrimiento mayor.
Que tu primer reflejo, cuando sufres, sea el de unirte a mí que siento en ti el dolor que tú padeces. Que tu movimiento sea el de ofrecérmelo con todo el amor del que te sientes capaz, uniéndolo a mi oblación incesante. Y después, no pienses exageradamente en ti que no haces más que pasar… Piensa en mí, que no dejo de asumir hasta el fin de los tiempos los sufrimientos actuales de los hombres que viven sobre la tierra, pero que no puedo utilizar para provecho de todos sino aquellos en los que pasa por lo menos un hilillo de amor.
Cuando te sientas pobre y ruin, acércate más a mí. Tal vez no se te ocurran lindas ideas, pero mi Espíritu te invadirá y lo que inconsciente hayas asimilado, lo recordarás en el momento oportuno para mayor provecho de muchas almas.
Repíteme, con todo el ardor del que te sientas capaz, tu deseo de hacerme amar.
Repíteme tu deseo de no vivir más que para mí al servicio de tus hermanos y el de ser poseído por mí.
Muéstrate generoso en la “búsqueda” de mí, pues ésta presupone un mínimo de ascesis. Digan lo que digan, sin este mínimo no es posible la vida contemplativa, y sin vida contemplativa, imposible la vida misionera auténtica y fecunda. En tal caso, sobreviene la esterilidad, la amargura, la decepción, el obscurecimiento del espíritu, el endurecimiento del corazón… y la muerte.
Mis caminos son a veces desconcertantes, ya lo sé, pues trascienden la lógica humana. En la humilde sumisión a mi proceder es donde tú encontrarás cada día más la paz y, gracias a ella, te será concedida por añadidura la fecundidad misteriosa.
Estar, cuando así lo dispongo. Yo, disminuido, abandonado, inutilizado, no equivale a ser inútil, muy al contrario. Yo nunca soy tan eficiente como cuando mi servidor ignora lo que realizo por él.
En la medida de lo posible, piensa en todos los sufrimientos humanos actualmente experimentados sobre la tierra. La mayor parte de las víctimas no entienden su significado, ni intuyen el tesoro de purificación, de redención, de espiritualización que los sufrimientos constituyen. Relativamente raros son los que han recibido la gracia de comprender el poder salvífico del dolor cuando se confunde con el mío.
Por todos los que sufren en la tierra, yo estoy en agonía hasta el fin del mundo; pero que mis apóstoles no dejen inutilizado todo este caudal de  la oblación humana que permite a mi oblación divina apresurar, en favor de la humanidad, la lluvia de mercedes espirituales que tanto necesita.
Yo te había prevenido que tendrías que sufrir mucho -pero que yo estaría ahí, a tu lado, en ti- y que el dolor no sería superior a tus fuerzas sostenidas por mi gracia.
¿No soy yo el que te ha sostenido sugiriéndote sin cesar este tríptico: “Yo asumo…yo me reúno con…yo desencadeno…?”
Sí, asumir en ti todos los sufrimientos humanos con todo lo que pueden tener de ambiguo -¿por qué no?- todos los insomnios, todas las agonías, todas las muertes- acto seguido, unirlos con los míos; según el principio de las confluencia, desembocar en el gran río purificador y divinizador que soy yo para el mundo; -por fin, estar totalmente convencido de que por el hecho de esta tu unión conmigo, tú desencadenas para numerosos hermanos desconocidos un sinnúmero de favores espirituales.
¡Cuántas almas desconocidas son, de esa manera, pacificadas, consoladas, reconfortadas! De la misma manera, ¡cuántos espíritus puedes tú abrir a mi luz!, ¡cuántos corazones a mi llama! –los cuales nunca sospecharán de dónde les viene este suplemento de gracia.
¿Puede alguien ser totalmente sacerdote sin ser por lo menos un poco hostia? El espíritu de inmolación es parte integrante del espíritu sacerdotal- y el sacerdote que no lo llegue a comprender, nunca  dispondrá más que de un sacerdocio mutilado. Encarándose con la primera dificultad, irá de frustración en amargura y prescindirá del tesoro que yo le ponía en las manos. Sólo el sacrificio remunera. Sin él, la actividad más generosa se vuelve estéril. Es evidente, no todos los días son Getsemaní –no todos los días son el Calvario- pero el sacerdote digno de este nombre ha de saber que encontrará el uno y el otro, bajo una forma proporcionada a sus posibilidades, en ciertos momentos de su existencia. Tales instantes son los más preciosos y los más fecundos.
No es con buenos sentimientos como se salva al mundo; es comulgando en todo mi yo, incluida mi oblación redentora.
Los últimos años, cuando más limita al ser humano la vejez con su cortejo de achaques, son los más fecundos para el servicio de la iglesia y del mundo. Acepta ese estado y enseña a los que te rodean que en él poseen el secreto de un poder espiritual insospechado.
El que sufre conmigo gana por de contado.
El que sufre solo es muy digno de lástima. Por eso te he pedido tantas veces que recapitules todos los sufrimientos humanos y los unas a los míos para que puedan adquirir valor y eficacia. Esa confluencia es asimismo el gran medio para conseguir su alivio-
Lejos de replegar tu corazón sobre ti mismo, tu sufrimiento debe dilatarlo sobre todos los sufrimientos que encuentres y también sobre todas las miserias humanas que tú ni siquiera sospechas. En ello no cabe la menor ambigüedad, ni la menor búsqueda de ti mismo –sino por el contrario una disponibilidad total a la sabiduría de mi Padre.
Si la oración es la respiración del alma, la asfixia manifiesta claramente la falta de llamada al oxígeno divino que se consigue en mí.
Desde hace casi un mes tú te hallas con frecuencia sobre la cruz, pero has podido notar que, a pesar de los inconvenientes grandes y pequeños que de ella se originan, nunca te ha faltado mi presencia, para rematar en tu carne lo que falta a mi Pasión por mi cuerpo que es la iglesia. Por de pronto nunca has sufrido más allá de lo soportable, y si te sientes, principalmente en ciertos momentos, algo disminuido, yo suplo en ti tus insuficiencias: muchas cosas se arreglan mejor que si tú mismo te ocupases de ellas.
Aprecio esas largas horas de insomnio en las que te afanas por unirte a mi oración en ti. Aun cuando tus ideas son confusas, aun cuando encuentras con dificultad las palabras para expresarlas, yo leo en lo profundo de ti lo que tú me quieres decir y te hablo silenciosamente a mi manera.
Actualmente necesitas mucha calma, mucha comprensión y mucha bondad. Sea éste el recuerdo que guarden de ti.
Estás viviendo la hora en la que lo esencial viene a ocupar el lugar de lo urgente y, con mayor razón, de lo accesorio. Ahora bien, lo esencial, soy yo, y mi libertad de acción en el corazón de los hombres.
Tal vez importe recordar que estas líneas fueron escritas por el Padre dos días antes de su muerte, acaecida en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1970.

Cuando el Señor habla al corazón (8)

 
8. ESPERO TU COLABORACIÓN
Considérate como un miembro mío, estrechamente unido a mí por todas las fibras de tu fe y de tu corazón, por toda la orientación de tu voluntad. Obra como miembro mío, consciente de tus limitaciones personales, de tu incapacidad para hacer cualquier cosa verdaderamente eficaz por ti. Ora como miembro mío, uniéndote a la oración que yo mismo hago en ti y uniéndote a la oración de todos los hombres tus hermanos. Ofrécete como miembro mío, sin olvidar que yo estoy siempre por amor en estado de oblación a mi Padre y con deseos de incorporar a este acto de pleitesía el mayor número de los hombres que viven actualmente sobre la tierra. Recibe como miembro mío, mi padre a quien yo me doy, se da constantemente a mí en la unidad del Espíritu santo. En la medida en que tú no haces más que uno conmigo, tú mismo compartes las riquezas divinas ad modum recipientis. Ama como un miembro mío, afanándote por amar a todos los que yo amo con el mismo amor con que les amor yo.
Lo que cuenta no es la gloria, lo deslumbrante, la publicidad; es la unión fiel y generosa conmigo.
¿Qué pensarías tú de un rayo que se separase de su sol, de un río que se desviara de su manantial, de una llama que se segregase de su hogar?
Trabaja por mi cuenta. Eres mi servidor. Mejor aún, eres miembro mío y, de hecho, tú trabajas tanto más para ti cuando más lo hacer por mí. Nada de cuanto se hace por mí se puede perder.
Comulga reiteradamente con mi pensamiento eterno sobre todas las cosas. Tú no lo puedes captar íntegramente pues es infinito; pero esa comunión te procurará cierta claridad o, por lo menos, algunos destellos que banalizarán tu caminar sobre la tierra. Mis pensamientos sobre los hombres y sobre los acontecimientos –pensamientos divinos llenos de amor y de delicadeza- te ayudarán a considerarlos con mayor respeto y estima. Por otra parte, recuerda que un día tú mismo darás a los seres y a las cosas de la tierra un valor muy diferente del que, hoy por hoy, les asignas.
Mediante el amor es como crece mi cuerpo Místico. Mediante el amor es como yo recapitulo y asumo cada molécula humana hasta el punto de transfigurarla divinamente en la medida en que se ha hecho pura caridad. Trabaja con tus ejemplos, con tu palabra, con tus escritos, a depositar cada día más caridad en el corazón de los hombres. Eso es lo que te tienes que proponer continuamente como objeto de tus oraciones, de tus sacrificios, de tus actividades…
Yo dirijo todo en tu vida; no obstante, necesito tu colaboración activa para ayudarte a ejecutar libremente lo que quiere mi Padre. Yo dirijo todo en el mundo; sin embargo, espero con paciencia, para poder llevar a efecto los designios del Padre, que los hombres se comprometan libremente a trabajar bajo la influencia consciente o inconsciente de mi Espíritu.
Yo espero al mundo. Espero que venga a mí con plena libertad, y no tan sólo física sino moralmente.
Yo espero que acepte reunirse conmigo, que asocie su desamparo al que yo experimenté por él en Getsemaní.
Yo espero que una su sufrimiento, inseparables de su condición humana, a los que yo experimenté por él durante mi estancia en la tierra y especialmente durante mi pasión.
Yo espero que una su oración a la mía, su amor a mi Amor.
Yo espero al mundo. ¿qué es lo que le impide venir a mí y en primer lugar oír mi voz que siempre le está llamando discreta pero persistentemente? Es el pecado que, como una brea pegajosa, obtura todos sus sentidos espirituales, torna su alma opaca a las cosas del cielo, paraliza sus movimientos y entorpece su marcha. Es el espíritu superficial, la falta de atención, la ausencia de reflexión, el torbellino de la vida, de los negocios, de las noticias, de las relaciones. Es la falta de amor, cuando, no obstante, el mundo tiene sed de amor. Tan sólo tiene este vocablo en la boca; sin embargo, las más de las veces su amor no es más que sensualidad y egoísmo, cuando no se torna en odio.
Yo espero al mundo para curarle, para purificarle, para limpiarle y poder restaurar en él la verdadera noción de los valores…
Pero necesito ayuda y por eso te he menester. Sí, necesito contemplativos que me ayuden a borrar las faltas uniendo su vida de oración, de trabajo y de amor a la mía, y que se unan, mediante la ofrenda generosa de sus sufrimientos providenciales, a mi oblación redentora. Necesito contemplativos que unan sus peticiones a mi oración para conseguir los misioneros y los educadores espirituales, impregnado de mi Espíritu, de los que inconscientemente el mundo tiene sed.
Lo importante no es hacer mucho sino hacerlo bien, más para hacerlo bien, se requiere mucho amor.
Para llegar a la santidad necesitas valentía, pues sin ti Yo no quiero poder hacer nada –y necesitas humildad pues sin Mí tú nada puedes hacer.
Yo soy el río que purifica, que santifica, que espiritualiza y que, desembocando en el Océano de la Trinidad, diviniza lo mejor que hay en el hombre regenerado por amor.
Las acequias, los arroyos y hasta los ríos si no desaguan en la ría, se pierden en las arenas, se estancan en las charcas y forman pantanos nauseabundos. Lo que tienes que hacer es echar en Mí todo lo que haces y todo lo que eres. Lo que asimismo tienes que hacer es presentarme todos tus hermanos –sus pecados para que yo los perdone, sus alegrías para que yo las purifique, sus oraciones para que yo las tome por mi cuenta, sus trabajos para que yo les confiera valor de homenaje a mi Padre, sus sufrimientos para que yo les comunique poder de redención.
¡Confluencia! Única palabra de pase que pueda salvar a la humanidad, ya que sólo por Mí, conmigo y en mí –en la Unidad del Espíritu Santo- se rinde al Padre una Gloria total – por la asunción de todos los hombres.
Sí, yo soy el punto Omega: en mí confluyen todos los afluentes humanos, o por lo menos debieran confluir, bajo pena de disgregación. Entre ellos se encuentran los ríos mansos y tranquilos; se encuentran también los torrentes que se precipitan en cascadas y, deshaciéndose en espuma, desembocan en mí con todo lo que han arrastrado por el camino; se encuentran las aguas cristalinas, azuladas o verdosas; y se encuentran las aguas cenagosas en apariencia totalmente turbias y sucias. No obstante, al cabo de unas cuantas leguas, todo su contenido de microbios se ha purificado –ellas se vuelven perfectamente sanas y saludables- pueden confundirse con las aguas del mar.
Todo ese gran trabajo es el que invisiblemente se está operando en la vida de los hombres actualmente sobre la tierra.
Yo estoy en estado de crecimiento continuo tanto cualitativa como cuantitativamente.
En esta masa inmensa de humanidad en la que yo distingo a cada uno por su nombre y le llamo con todo mi amor, yo trabajo y me entretengo tratando de sorprender la más mínima respuesta a mi gracia. En algunos mi gracia es fecunda e intensifica mi presencia; viven en mi amistad y dan testimonio de mi realidad y de mi amor entre sus hermanos. En otros, los más numerosos, tengo que esperar largo tiempo que me hagan una señal de asentimiento –pero mi misericordia es inagotable, y donde quiera que descubro un mínimo de bondad y de humildad allí entro yo y asumo.
Por esta razón me alegro de que no te inquietes sobre manera por los torbellinos que en la actualidad sacuden mi iglesia. Hay lo que aparece como la estela abandonada por un navío en el océano, y existe más profundamente lo que es, lo que se juega en el silencio de las conciencias, teniendo en cuenta todas las circunstancias atenuantes que disculpan muchas actitudes de oposición
Siembra el optimismo a tu alrededor. Naturalmente yo os pido que trabajéis, que propaguéis mi luz por la palabra, los escritos y sobre todo por el testimonio de una vida que ponga de manifiesto la Buena Nueva de un Dios de amor, recapitulando en sí a todos los hombres y asumiéndolos –en la medida de su libre adhesión- para una vida eterna de felicidad y de alegría. Pero ante todo y por encima de todo, confianza. Yo estoy siempre ahí, yo, el eterno Vencedor.
No busques complicaciones para tu vida espiritual. Date a mí con toda sencillez, tal cual eres sin alteración, sin afectación, sin sombras. Entonces yo podré más fácilmente crecer en ti y pasar por ti.
Este mundo pasa y tiende a su aniquilamiento –en espera de nuevos cielos y de nuevas tierras- Por cierto que, aunque efímeramente, éste tiene su valor. Es en medio del mundo, y de tal mundo, de tal época también, donde yo os he querido y donde os he escogido. De todos modos, aún poniéndoos a su servicio para “sacralizarle”, vosotros no debéis quedar enviscados por él. Otra es vuestra misión. Debéis ayudarle a realizar el plan de amor que al crearlo tuvo mi Padre. Es a veces misterioso, más un día descubrirás hasta qué punto este proyecto era maravilloso.
De entre tus colegas y amigos son ya numerosos los que han entrado en la vida Eterna. Si pudieses ver la mirada lastimosa -¡oh! Llena de indulgencia –con que consideran lo que tantos hombres admiten como valores…Las más de las veces éstos no son sino efímeras apariencias engañosas que ocultan a sus ojos las realidades duraderas, las únicas que cuentan.
El mundo sufre terriblemente de una falta de educación espiritual, y eso, en gran parte, por la carencia de los que deberían ser guías y entrenadores. Y es que tan sólo puede ser un verdadero educador espiritual el que humildemente recurre a mi luz y, por la contemplación asidua de mis misterios, hacer pasar mi Evangelio a toda su vida.
Yo más necesito apóstoles que sean contemplativos y testigos  que sociólogos o teólogos de cámara que no han orado su teología ni conforman su vida con lo que enseñan.
Sobrados hombres, sobrados sacerdotes en el día de hoy se creen con soberbia autorizados a reformar mi iglesia en lugar de principiar por reformarse a sí mismos y por formar a su alrededor, humildemente, discípulos fieles, no a lo que ellos piensan, sino a lo que pienso yo.
Te lo han dicho y tú lo has podido constatar: actualmente la humanidad atraviesa una crisis de locura, agitándose desordenadamente y sin la menor idea espiritual que pudiera ayudarle a tomar aliento en mí y estabilizarse.
Sólo el cuarterón de almas contemplativas puede impedir el desequilibrio profundo que conducen a la catástrofe y retrasar, así, la hora de las grandes expiaciones. ¿Cuánto tiempo aún se alargará la demora? Todo depende de la disponibilidad de las almas escogidas por mí.
Yo he vencido al mundo, al mal, al pecado, al infierno –más para que mi victoria se haga patente, es preciso que la humanidad acepte libremente la salvación que yo le ofrezco.
Mientras estáis en la tierra, vosotros podéis implorar en nombre de los que no lo piensan, podéis crecer en mi amistad en nombre y en desagravio de los que me rechazan y se alejan de mí, podéis ofrecer dolores físicos y morales en unión con los míos en nombre de los que los aguantan con espíritu de rebeldía.
Nada de lo que me permitís asumir por amor llega a ser inútil. Vosotros no sabéis para qué sirve, pero tened la seguridad de que produce sus frutos.
Recapitulemos juntos todos los esfuerzos y todos los pasos, incluso los vacilantes, de la humanidad hacia mí. Une sus oraciones, incluso las no formuladas, a las mías, sus pasos, incluso los ambiguos, sus actos de bondad, incluso los imperfectos, sus alegrías más o menos adulteradas, sus sufrimientos más o menos bien aceptados, sus agonías, en las que toca la hora de la verdad, más o menos conscientes –y sobre todo sus muertes que vienen a juntarse con la míaa y, juntos, suscitaremos un aumento de atracción hacia el único que puede darles el secreto de la paz y de la verdadera felicidad.
Gracias a esta trilogía: recapitulación por asunción, unión por confluencia y liberación en la fe de mercedes espirituales invisibles, yo salgo victorioso en muchas almas que se sorprenden por la sencillez de mis caminos y por la fuerza de mi divina delicadeza.
Nada es ruin, nada insignificante cuando se trabaja o se sufre en unión conmigo. Que recapitulo a todos los hombres la dimensión universal es esencial a todo cristiano, con mayor razón a todo sacerdote. Más allá de ti. Yo veo a todas las almas que he vinculado con la tuya. Yo veo su indigencia y la necesidad que pueden tener de mi ayuda por tu mediación. Yo adapto tu género de vida al mismo tiempo que al plan de amor del Padre, a las necesidades presentes modificadas por la libertad humana. Todo transcurre en la síntesis de los designios divinos que siempre sacan el bien del mal y hacen brotar el amor allí mismo donde la maldad, cuando no la necedad humana, aparecen imposibilitarlo.
El mundo de los cristianos está demasiado agitado, demasiado enfocado hacia el exterior –incluso el de muchos sacerdotes y religiosas. Empero en la medida en que me acogen, en que me desean, en que tratan de abrirse de par en par a mi amor, en esa medida la vida cristiana y la vida apostólica se ven colmadas de alegría y de fecundidad.
Soy yo solo el que produce el bien duradero; pero necesito servidores e instrumentos que sean canales de gracia, no obstáculo para mis favores espirituales por sus dispersiones y por las ambigüedades de la búsqueda de sí mismos a través de sus actividades.
Naturalmente, yo quiero hacer de mis fieles creadores, pero conmigo y según el plan de mi Padre. Nunca olviden sin embargo: por más que yo les llame a colaborar conmigo, por sí mismos tan sólo son siervos inútiles.
Su vida no puede ser fecunda sino en la medida en que moren en mí y me permitan actuar en ellos.
Cada uno tiene su propio caminar. Si es fiel –sin nerviosismo, con serenidad- caminaremos juntos – y si me invita a quedarme con él, me reconocerá a través de los detalles más corrientes de su vida y su corazón se inflamará de amor por mi Padre y por los hombres.
Recapitula en ti a la humanidad dolorosa y descarga en mí todas las miserias del mundo. Así me permites darles utilidad y abrir muchos corazones herméticamente cerrados. Tengo a mi disposición todos los medios para invadir, para penetrar, para sanar, pero no los quiero utilizar sino con vuestra colaboración. Existe ya, por cierto, la colaboración de la palabra, de la actividad, del testimonio, pero la que yo más necesito es la de la unión silenciosa conmigo en la alegría como en el dolor. Llénate de mí de tal manera que sin que tú te des cuenta la gente me sienta en ti y se beneficie de mi divina influencia por medio de ti.
Hay más posibilidades de bien entre los jóvenes de lo que se cree. Lo que necesitan es ser escuchados y tomados en serio.
¡Cuántas lagunas en su educación! Empero, muchos de ellos, la mayor parte, se interrogan, están dispuestos a reflexionar y se sienten felices cuando se les comprende.
Piensa en esos millones de jóvenes de 20 años que formarán en el mundo de mañana y que me buscan más o menos conscientemente. Ofréceles con frecuencia a la acción del Espíritu Santo. Aunque ellos no le conozcan muy bien, su acción luminosa y delicada les penetrará –y les orientará hacia la construcción de un mundo más fraterno, en lugar de querer tontamente destrozarlo todo.
El tiempo de crear, de organizar, de realizar ya no es para ti. Más yo te reservo una misión oculta del que se beneficiarán los más jóvenes pues ella fomentará su dinamismo. Esta misión interior e invisible consiste en establecer un contacto entre yo y ellos –en conseguirles los carismas indispensables para un apostolado verdaderamente eficaz. Tómalos a todos sin distinción, de todas las edades, de todas las condiciones, de todas las razas, y preséntalos con alegría a las radiaciones de mi humildad y de mi silencio eucarístico.
Mansedumbre y humildad se dan la mano y sin estas dos virtudes el alma se esclerosa tanto más fácilmente cuanto más la hacen descollar sus cualidades humanas y espirituales.
¿Qué provecho saca el hombre llegando a ser estrella, cosechando publicidad, aplausos y felicitaciones, si acaba perdiendo el secreto de su benéfica influencia al servicio del mundo y de la Iglesia?
Nada es tan sutil como el veneno del orgullo en un alma sacerdotal. Lo has experimentado tú mismo muchas veces. Asume a tus hermanos en el sacerdocio, especialmente a aquellos que, por sus éxitos aparente  y efímeros, corren peligro de perder la cabeza.
¡Si en lugar de pensar en sí pensasen un poquito más en mí! Aquí es donde la vida contemplativa, fielmente vivida, procura una seguridad y un equilibrio inestimables.

Pan de vida

(Reflexión a Jn. 6, 24-35)
¿Por qué seguir interesándonos por Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse. ¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: "Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna". Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo primero. Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino "para dar vida al mundo".
Este Pan, venido de Dios, "perdura hasta la vida eterna". Los alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de vida eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: "Señor, danos siempre de ese pan". Desde nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante. Quizás, solo nos preocupa la comida de cada día. Y, a veces, solo la nuestra.
José Antonio Pagola