jueves, 12 de julio de 2012

Acogida quiero y no desalojo

Por Mari Paz López Santos
CATEDRAL DE LA ALMUDENA 29 junio 2012. (EL PAIS)
Supe del suceso tres días después de los hechos. La información me llegó por la red. La foto mostraba la majestuosidad del altar mayor de la catedral de La Almudena, delante, en los escalones de acceso al altar, una sábana blanca a modo de pancarta, con la siguiente inscripción: "Salvad a las personas, no a los bancos. ¡¡Primero la gente!!. Stop desahucios. Dación en pago. Alquiler Social. Plataforma Afectados-as por la Hipoteca (P.A.H.)" y, delante de la pancarta, un policía nacional.
Un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo mientras hacía el recorrido a la inversa por la foto: policía, pancarta, altar... crucifijo, modernas cristaleras, cúpula... Luego, una profunda sensación de tristeza.
El silencio es buen compañero para digerir muchas cosas y lo adopté como acompañante en la semana, junto con la oración pidiendo luz para entender, si es que se puede, y paz interior, si no se consigue.
Como le pasó a Martin Luther King "anoche tuve un sueño" y ya sabemos que en los sueños la realidad se ve con gran angular y zoom, lo que permite reflexionar después en detalle. En ello estoy.
En el mismo espacio de la foto, un joven de unos treinta y tres años, con melena y barba, vaqueros y una camiseta blanca, se levantó de su posición orante al ver que las gentes que habían desplegado la pancarta se disponían a abandonar el templo requeridos por los policías que habían sido llamados para tal fin.
Se acercó al grupo y, cogiendo un lado de la pancarta, les dijo: "Dejadme que ayude, os veo cansados y agobiados" (Mt 11,28-30). Tras salir el último, un bedel cerró la gran puerta y un grave silencio inundó el templo, al tiempo que una ligera ráfaga de aire apagó, sin que nadie lo percibiera, la vela roja encendida al lado del sagrario. La paz de los mausoleos reinó de nuevo.
En el exterior -continuando con el sueño-, alguien dijo en voz alta dirigiéndose al joven: "¿A dónde vamos? Nos desalojan de todas partes. Creíamos que de aquí no nos echarían, pero ya ves..." Él se volvió y miró a todos, el grupo se iba haciendo cada vez más grande. Sus ojos brillaban con una luz que recordaba a los abrazos, a la ternura, a la solidaridad, a la entrega... en silencio echó a andar con ellos, y les iba hablando con palabras que sólo pueden entender quienes se sienten desalojados de la sociedad.
Sonó el despertador y acabó con el sueño, pero no con el pensamiento, que me trajo el recuerdo de una fórmula de acogida de la Iglesia en la Edad Media: "acogerse a sagrado". Cualquier persona podía permanecer dentro de sus muros sin importar de qué huían, incluyendo si eran perseguidos por la justicia. Podían ser verdaderos maleantes. No creo que sea el caso de los que pretendían permanecer el fin de semana en la catedral de La Almudena. Nadie es un delincuente por el hecho de no poder pagar la hipoteca y pedir alternativas justas como la dación en pago.
¡Qué diferente hubiera sido todo si hubieran sido acogidos, si se hubiera hablado de lo que les motiva a iniciar una acción así como denuncia de su situación! Todo ello antes de invitar a las fuerzas del orden a entrar en lugar sagrado.
A lo largo del día recordé también una sabia máxima de San Benito, que ya en el siglo V invitaba a los monjes a "acoger a quien se acercara al monasterio como al mismo Cristo" (RB-LIII).
Sé que hay muchos riesgos en la acogida, sé que quien acoge ha de abrirse a la escucha, ha de atender a las necesidades básicas de quien llega, ha de ofrecer su tiempo que, seguramente, ya tenía previsto invertir en otra cosa. Acoger es un arte que se practica con ingentes cantidades de amor que consiguen neutralizar el peso, en toneladas, del miedo al otro: al pobre, al sufriente, al inmigrante, al del otro "bando", al de otro color, al de otro sexo, al que me rompe los esquemas o, sencillamente, el que me hace perder mi valioso tiempo.
Llegó la noche, y con ella el merecido descanso y el regalo de otro sueño: de nuevo en el interior de la catedral de La Almudena, pancarta, altar, crucifijo, vidrieras, cúpula... pero esta vez no había ningún policía.
Los manifestantes, silenciosamente sentados alrededor de la pancarta, empezaron a ver llegar a algunos sacerdotes que se interesaron por sus problemas: si estaban en paro, cuánto tiempo llevaban sin pagar la hipoteca, si preveían que pronto llegaría el desahucio; cuántos hijos tenían a su cargo, quién los cuidaba mientras ellos estaban allí...
Al poco rato unos cuantos canónigos de la catedral hicieron acto de presencia y se unieron al grupo, cada vez más numeroso. Preguntaron si, además de "hambre y sed de justicia" (Mt 5, 6), tenían ganas de tomar un bocadillo y algo de beber. Les dijeron: "Quedaos con nosotros, porque es tarde y está anocheciendo" (recuerda a Lc 24, 29); se os ve "cansados y agobiados" (Mt 11,28), os ayudaremos a llevar vuestras preocupaciones de hoy y mañana continuaremos viendo como resolver esta situación. Sentiros en casa... en la Casa de Dios".
De detrás de una de las columnas apareció el joven de melena y barba, con vaqueros y camiseta blanca, esta vez llevando de la mano a dos pequeños que habían acompañado a sus padres. No sé notaba la presencia de los niños en el templo, estaban muy entretenidos jugando con Él. Al verlos, las madres hicieron el gesto de atraerlos para que no molestaran, pero el joven dijo: "Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios" (Mc 10, 14-15) y, viendo que todo estaba controlado y en buenas manos, siguió atento a los pequeños para que no distrajeran al grupo que necesitaba descanso.
En los sueños podemos elegir quedarnos con los que nos gustan. En la realidad hay que ponerse en marcha para que otro mundo sea posible, por que el Reino de Dios empieza aquí y ahora... especialmente en tiempos de crisis y de injusticia indiscriminada.

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