domingo, 23 de septiembre de 2012

Cuando el Señor habla al corazón (16)

 
16. SE TODO BONDAD, CARIDAD, ACOGIDA, BENEVOLENCIA
No tengas sino pensamientos de benevolencia, palabras de benevolencia, aun cuando debas rectificar, enderezar, corregir.
Habla de las cualidades de los demás, nunca de sus defectos.
Ámales a todos. Ábreles interiormente los brazos. Envíales las ondas de felicidad, de salud, de santidad que has acumulado para ellos. Todos serían mejores si se sintiesen más amados.
La gran historia del mundo es la historia secreta – a través de los acontecimientos – de la aceleración o de la pérdida de velocidad o de intensidad de la caridad en los corazones… caridad oblativa, naturalmente, caridad a base de ascesis, de olvido de sí mismo en provecho de los demás.
Lo importante de tu misión es, interiormente,  contribuir a que haya una corriente más intensa de amor circulando por el mundo.
¿Por qué no intentas cautivar, complacer a los demás? Si lo pensaras, fácil te sería. Olvidarse a sí mismo, postergar sus preocupaciones para pensar en los demás y en lo que les podría agradar, sembrar una pizca de alegría a su alrededor, ¿no es contribuir a vendar muchas heridas, a mitigar muchas penas? Yo os he colocado al lado de vuestros hermanos para facilitaros el ejercicio del don.
Pídeme el gusto del don, el sentido del don. Es una gracia que puedes conseguir. Es una costumbre que puedes adquirir. Es un hábito de pensamiento o mejor aún una rutina del corazón. María ha sido don total de sí misma. Que ella te consiga el don de la disponibilidad.
Sonríe a todo, aun cuando te sientas decaído, achacoso. Mayor es el mérito. Yo vincularé una gracia a tu sonrisa.
Acoge cada vez mejor a los demás. Esa es tu forma de caridad. Naturalmente, eso te pide que renuncies a lo que te concierne pero, lo sabes por experiencia, nunca has tenido que lamentar una opción en favor de los demás. Yo nunca me dejo vencer en generosidad.
Si los cristianos fuesen buenos los unos para con los otros, cambiaría la faz del mundo. Es esa una verdad elemental pero ¡olvidada con tanta facilidad!
¿Por qué, con frecuencia, tanta hiel, tanto desdén, tanta indiferencia, cuando un poco de simpatía bastaría para acercar las almas y abrir los corazones?
Esfuérzate, en el puesto que ocupas, por ser un testigo de mi divina benevolencia para con todos. Mi benevolencia está hecha de respeto y de amor, de optimismo y de confianza. Sin duda, se encuentran algunos que abusan, pero no son mayoría y además ¿quién puede señalar las circunstancias atenuantes de su responsabilidad?
Ver en cada uno o, por lo menos, adivinar lo mejor que tiene. Hacer una llamada a lo que en él es anhelo de pureza, de don de sí, incluso de sacrificio.
La caridad fraterna es la medida de mi crecimiento en el mundo. Ora para que ella se incremente. Así me ayudarás a crecer.
Quien no comparte la carga de los demás no es digno de tener hermanos.
Todo se reduce a las maneras: una sonrisa amable, una acogida afable, el desvelo por el otro, una cortesía gratuita, una voluntad discreta de no hablar sino bien de los demás…¡Cuántos modales pueden ser para muchos otros tantos rayos de sol! Un rayo de sol, parece como que no tiene consistencia. Lo cierto es que ilumina, calienta y brilla.
Sé bueno para con todos. Yo nunca te reprocharé un exceso de bondad. Eso exigirá de ti mucho desinterés, pero créeme, yo considero como hechas a mí mismo todas las amabilidades que manifiestas a los demás – y para mí será una alegría el devolvértelas centuplicadas.
Pide con frecuencia al Espíritu Santo que te proporcione ocasiones de ser bueno.
Yo no te pido nada imposible, ni difícil, sino el conservar esa disposición íntima de desear que a tu alrededor todos sean felices, consolados y reconfortados.
Así es como se ama a los demás en espíritu y en verdad, y no de manera abstracta y teórica – y frecuentemente es en los humildes detalles de la vida cotidiana donde se verifica la autenticidad de una caridad que es la prolongación y la expresión de la mía.
¿Cómo quieres que los hombres se sientan amados por mí si los que me continúan sobre la tierra no les ofrecen un testimonio manifiesto de mi amor?
Desea ardientemente, en nombre de todos, lo que yo mismo deseo para cada uno de ellos.
A la raíz de muchas agresividades, se encuentra, casi siempre, un elemento más o menos consciente de frustración.
El hombre, creado a mi imagen, ha sido plasmado para amar y ser amado. Cuando es víctima de una injusticia, de una falta de cariño o de deferencia, se repliega sobre sí mismo y busca una compensación en el odio o en la maldad. Gradualmente el hombre se convierte en un lobo para el hombre. Es la puerta abierta a todas las violencias y a todas las guerras. Así se explican, por una parte, mi extremada indulgencia y, por otra, mi insistencia sobre el mandamiento del amor, tal como os lo ha transmitido San Juan.
Recuerda con frecuencia las almas desamparadas del vasto mundo:
·      Las desamparadas físicamente, víctimas de las guerras, obligadas a buscar refugio lejos de su hogar, por caminos interminables – víctimas de la enfermedad, de los achaques, de la agonía.
·      Las desamparadas moralmente, víctimas del primer pecado, víctimas del abandono, víctimas de la noche oscura.
·      Las almas sacerdotales postradas, en las que sopla el viento de la rebeldía y que no encuentran sino indiferencia y desprecio de parte de quienes están más obligados a socorrerles.
·      Las almas de los esposos destrozados por el hastío de la saturación, por el nerviosismo del agotamiento, por la exasperación de sus caracteres antagónicos – siempre a merced de una palabra o de un gesto desafortunado – olvidando que su amor, para perdurar, tiene que venir a purificarse y alimentarse en Mí.
·      Las almas de los ancianos que se niegan a la nueva juventud de la última edad como preparación a la transfiguración eterna; que temen la muerte, despilfarran sus últimas fuerzas en la amargura, la crítica y la rebeldía.
¡Cuán numerosas son, en el mundo entero, las almas que, por desgracia, han perdido la satisfacción del luchar y del vivir, ignorando que soy yo mismo el secreto de la verdadera felicidad hasta en medio de las coyunturas más desventuradas!
Envía frecuentemente a través del mundo ondas de simpatía, de bondad, de aliento. Todo eso, yo lo transformo en gracias de consuelo que confortan los ánimos. Ayúdame a hacer más felices a los hombres. Sé un auténtico testigo del Evangelio. Da a los que te ven, a los que se te acercan, a los que te oyen, la impresión de tener una Buena Noticia que anunciarles.
Tal proceder, aparentemente incomprensible, logrará todo su valor con la secuencia de los arrepentimientos, de las satisfacciones y… de mis perdones – en la visión global de cada existencia considerada y colocada en el conjunto del Cuerpo místico.
Yo soy optimista a pesar de todas las ruindades y de todas las felonías.
Tú tienes que amar con mi Corazón para ver con mis ojos. Sólo así participarás de mi extremada magnanimidad y de mi inalterable indulgencia.
Yo no veo las cosas como las veis vosotros, que os hipnotizáis sobre un detalle insignificante y desdeñáis la visión del conjunto. Por otra parte, ¡cuántos elementos os pasan desapercibidos!: intención profunda, hábitos adquiridos que se han vuelto inveterados y atenúan considerablemente la responsabilidad, emotividad pueril que crea la inestabilidad – sin hablar de los atavismos escondidos e ignorados hasta por los mismos interesados.
¡Si los cristianos que son mis miembros aceptasen cada mañana aspirar algo de la caridad de mi Corazón para aquellos que encuentren o de los que tengan que hablar durante el día, la caridad fraterna sería otra cosa que un tema gastado de discursos o de predicación.
Sé todo bondad.
Bondad hecha de benevolencia, de “benedicencia”, de beneficencia sin el menor complejo de superioridad, sino con todo cariño y humildad.
Bondad que se expresa por el garbo de la acogida, por la servicialidad, por la búsqueda de la felicidad ajena.
Bondad que se origina en mi corazón y más profundamente enel seno de nuestra vida trinitaria.
Bondad que dona y perdona hasta el punto de olvidar las ofensas como si nunca hubiesen existido.
Bondad que tiende sus manos, su espíritu y, más que todo, su corazón hacia Mí en el otro, sin estrépito de palabras ni demostraciones contemplativas.
Bondad que alienta, que consuela, que reconforta y ayuda discretamente al otro a superarse a sí mismo.
Bondad que me revela mucho más inequívocamente que los más bellos sermones y me granjea los corazones mucho más eficazmente que los discursos más elocuentes.
Bondad hecha de sencillez, de dulzura, de esa caridad genuina que se preocupa por el más mínimo detalle al mismo tiempo que crea un ambiente de simpatía.
Pide muchas veces esta gracia en unión con María. Es un don que yo nunca rehúso y que muchos recibirían si más me lo pidieran.
Implóralo para todos tus hermanos y contribuye de esta manera a elevar algo más el nivel de la bondad, de mi Bondad, en el mundo.
Sé un reflejo, una expresión viva de mi bondad. Dirígete a Mí a través de los que encuentres. Verás entonces cuán fácil es mostrarse positivo, abierto y acogedor.
Pon cada día más bondad en tu alma para que se refleje sobre tu rostro, en tus ojos, en tu sonrisa y hasta en el tono de tu voz y en toda tu conducta.
Los jóvenes perdonan gustosamente a los ancianos su edad si los encuentran bondadosos.
Tú has notado sin duda cómo la bondad, la indulgencia, la benignidad aureolan la frente de los ancianos. Sí, pero eso exige toda una serie de pequeños esfuerzos y de opciones generosas en favor de los demás. La tercera edad, es por excelencia, la edad del olvido de sí mismo al divisar como inminente mi Presencia.
Los ancianos no son inútiles ni mucho menos, si, en medio de sus limitaciones progresivas, de sus mermas aparentes o escondidas, saben encontrar en mí el secreto de la caridad, de la humildad y de la alegría a pesar de los pesares. Su serenidad puede revelarme a muchos de los que les frecuentan y atraer hacia mí a muchos jóvenes que piensan poderse pasar sin mí porque se sienten fuertes y lozanos.
Donde se encuentren el amor y la caridad, ahí ESTOY YO para bendecir, para purificar, para proporcionar fecundidad.

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