jueves, 27 de junio de 2013

El ser humano como nudo de relaciones totales


En 1845, Karl Marx escribió sus famosas 11 tesis sobre Feuerbach, publicadas solamente en 1888 por Engels. En la sexta tesis Marx dice algo cierto, pero reduccionista: «La esencia humana es el conjunto de las relaciones sociales». Efectivamente no se puede pensar la esencia humana fuera de las relaciones sociales, pero es mucho más que eso, pues resulta del conjunto de sus relaciones totales.
Descriptivamente, sin querer definir la esencia humana, ésta surge como un nudo de relaciones vueltas hacia todas las direcciones: hacia arriba, hacia abajo, hacia dentro y hacia fuera. Es como un rizoma, un bulbo con raíces en todas las direcciones. El ser humano se define en la medida en que activa este conjunto de relaciones, no solo las sociales.
En otras palabras, el ser humano se caracteriza por surgir como una apertura ilimitada: hacia sí, hacia el mundo, hacia el otro y hacia la totalidad. Siente dentro de sí una pulsión infinita, pero solo encuentra objetos finitos. De ahí su permanente incompleción e insatisfacción. Esto no es un problema psicológico que un psicoanalista o un psiquiatra puedan curar. Es su marca distintiva, ontológica, y no un defecto.
Pero, aceptando la afirmación de Marx, buena parte de la construcción de lo humano se realiza efectivamente en la sociedad. De ahí la importancia de considerar cuál sea la formación social que crea las mejores condiciones para que él se abra plenamente en las más variadas relaciones.
Sin ofrecer las debidas mediaciones, dicen que la mejor formación social es la socialdemocracia: comunitaria, social, representativa, participativa, de abajo hacia arriba y que incluya a todos sin excepción. En palabras de Boaventura de Souza Santos, la democracia debe ser sin fin. Tenemos que ver con un proyecto abierto, siempre en construcción, que comienza en las relaciones dentro de la familia, de la escuela, de la comunidad, las asociaciones, los movimientos, las iglesias y culmina en la organización del Estado.
Como en una mesa, veo que una democracia mínima y verdadera se sostiene sobre cuatro patas, como subrayaba tanto durante su vida Herbert de Souza (Betinho), idea que, juntos en conferencias y debates, tratábamos de difundir entre los alcaldes y dirigentes populares.
La primera pata consiste en la participación: el ser humano, inteligente y libre, no quiere ser solo el beneficiario de un proceso, sino actor y participante. Sólo entonces se hace sujeto y ciudadano. Esta participación debe venir desde abajo para no excluir a nadie.
La segunda pata consiste en la igualdad. Vivimos en un mundo de desigualdades de todo tipo. Cada uno es único y diferente. Pero la participación creciente en todo impide que la diferencia se vuelva desigualdad y permite que crezca la igualdad. La igualdad en el reconocimiento de la dignidad de cada persona y el respeto de sus derechos sostiene la justicia social. Junto con la igualdad viene la equidad: la proporción adecuada que cada cual recibe por su colaboración en la construcción del todo social.
La tercera pata es la diferencia. Viene dada por la naturaleza. Cada ser, sobre todo el ser humano, hombre y mujer, es diferente. Esto debe ser aceptado y respetado como una manifestación de las potencialidades propias de las personas, los grupos y las culturas. Las diferencias nos revelan que los humanos podemos ser de muchas formas, todos ellas humanas, y por ello merecedoras de respeto y de acogida.
La cuarta pata se realiza en la comunión: el ser humano posee subjetividad, capacidad de comunicación con su interioridad y con la subjetividad de los otros; es portador de valores como solidaridad, compasión, protección de los más vulnerables y diálogo con la naturaleza y con la divinidad. Aquí aparece la espiritualidad como una dimensión de la conciencia que nos hace sentirnos parte de un Todo, y como ese conjunto de valores intangibles que dan sentido a nuestra vida personal y social, y también a todo el universo.
Estas cuatro patas siempre van juntan y equilibran la mesa, es decir, sostienen una democracia real. Ella nos enseña a ser coautores en la construcción del bien común y en su nombre aprendemos a limitar nuestros deseos por amor a la satisfacción de los deseos colectivos.
Esta mesa de cuatro patas no existiría si no se apoyara en el suelo y en la tierra. Así, la democracia no estaría completa si no incluyera a la naturaleza que hace posible todo. Proporciona la base físico-química-ecológica que sostiene la vida y a cada uno de nosotros.
Debido a que tienen valor por sí mismos, independientemente del uso que hagamos de ellos, todos los seres son portadores de derechos. Merecen seguir existiendo y debemos respetarlos y entenderlos como ciudadanos. Estarán incluidos en una democracia sin fin socio-cósmica.
Desplegado en todas estas dimensiones se realiza el ser humano en la historia, en un proceso sin límites y sin fin.

Cómo seguir a Jesús


(Reflexión a Lc. 9, 51-62)
Jesús emprende con decisión su marcha hacia Jerusalén. Sabe el peligro que corre en la capital, pero nada lo detiene. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del reino de Dios. La marcha comienza mal: los samaritanos lo rechazan. Está acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado:”Te seguiré adonde vayas”. Antes que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni bienestar. Él mismo “no tiene dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa, come lo que le ofrecen, duerme donde puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de nuestro pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más humanos y más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a enterrar a su padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”. Estas palabras desconcertantes cuestionan nuestro estilo convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en el que nos movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos hacer algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo, pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el pasado.
Recientemente, el Papa Francisco nos ha advertido de algo que está pasando hoy en la Iglesia: Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, sacándonos de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a los suyos.
José Antonio Pagola

viernes, 21 de junio de 2013

¿Quién es para nosotros?


(Reflexión a Lc. 9, 18-24)
La escena es conocida. Sucedió en las cercanías de Cesarea de Filipo. Los discípulos llevan ya un tiempo acompañando a Jesús. ¿Por qué le siguen? Jesús quiere saber qué idea se hacen de él: “Vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Esta es también la pregunta que nos hemos de hacer los cristianos de hoy. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué idea nos hacemos de él? ¿Le seguimos?
¿Quién es para nosotros ese Profeta de Galilea, que no ha dejado tras de sí escritos sino testigos? No basta que lo llamemos “Mesías de Dios”. Hemos de seguir dando pasos por el camino abierto por él, encender también hoy el fuego que quería prender en el mundo. ¿Cómo podemos hablar tanto de él sin sentir su sed de justicia, su deseo de solidaridad, su voluntad de paz?
¿Hemos aprendido de Jesús a llamar a Dios “Padre”, confiando en su amor incondicional y su misericordia infinita? No basta recitar el “Padrenuestro”. Hemos de sepultar para siempre fantasmas y miedos sagrados que se despiertan a veces en nosotros alejándonos de él. Y hemos de liberarnos de tantos ídolos y dioses falsos que nos hacen vivir como esclavos.
¿Adoramos en Jesús el Misterio del Dios vivo, encarnado en medio de nosotros? No basta confesar su condición divina con fórmulas abstractas, alejadas de la vida e incapaces de tocar el corazón de los hombres y mujeres de hoy. Hemos de descubrir en sus gestos y palabras al Dios Amigo de la vida y del ser humano. ¿No es la mejor noticia que podemos comunicar hoy a quienes buscan caminos para encontrarse con él?
¿Creemos en el amor predicado por Jesús? No basta repetir una y otra vez su mandato. Hemos de mantener siempre viva su inquietud por caminar hacia un mundo más fraterno, promoviendo un amor solidario y creativo hacia los más necesitados. ¿Qué sucedería si un día la energía del amor moviera el corazón de las religiones y las iniciativas de los pueblos?
¿Hemos escuchado el mandato de Jesús de salir al mundo a curar? No basta predicar sus milagros. También hoy hemos de curar la vida como lo hacía él, aliviando el sufrimiento, devolviendo la dignidad a los perdidos, sanando heridas, acogiendo a los pecadores, tocando a los excluidos. ¿Dónde están sus gestos y palabras de aliento a los derrotados?
Si Jesús tenía palabras de fuego para condenar la injusticia de los poderosos de su tiempo y la mentira de la religión del Templo, ¿por qué no nos sublevamos sus seguidores ante la destrucción diaria de tantos miles de seres humanos abatidos por el hambre, la desnutrición y nuestro olvido?
José Antonio Pagola

lunes, 17 de junio de 2013

No temas


Por José Arregui
Me acuerdo perfectamente dónde y cuándo me dijo mi padre: "El hombre no debe tener miedo ni aunque lo estén despellejando". Yo era entonces un chaval de 11 años, tímido, incluso temeroso, y quedé muy impresionado. Imaginé con asombro que mi padre sería capaz permanecer impertérrito aunque lo despellejaran. Pronto descubrí que no era así, cuán fácilmente se alarmaba. Pero a la vez tenía esa seguridad profunda tan campesina, cuasi telúrica, arraigada en la Tierra o en Dios, de que nunca faltaría a su numerosa prole con qué vivir y salir adelante, a pesar de la pobreza.
No todo miedo es malo. El miedo es una señal de alerta, un mecanismo de supervivencia. Ante un riesgo cualquiera, en nuestro cerebro primario –que compartimos con casi todos los animales, por ejemplo los reptiles– se activa la amígdala del lóbulo temporal y nos pone a la defensiva. Sin esa alarma no podríamos sobrevivir. Lo que pasa es que nuestro cerebro "superior" –así lo llamamos solo porque es nuestro– recuerda demasiado los peligros del pasado y los proyecta en el futuro, inventa peligros y hace que aumenten los miedos sin causa. Y esos miedos, que son la mayoría, impiden la paz, no nos permiten respirar y vivir.
No es que nos falten motivos reales para temer. Nos están despellejando, efectivamente. Cada semana nos arrancan un nuevo tirón desde Berlín, Bruselas o La Moncloa, o desde los grandes bancos cuyas deudas nos están haciendo pagar a todos. Y si eres de los que pagas puntualmente tu hipoteca, pronto verás cómo tu banco te ofrece nuevos créditos para seguir despellejándote, hasta que algún día te echen de tu trabajo o de tu casa. Nos están robando ese "espacio de seguridad" que –como decía Maurice Zundel– "nos permite convertirnos en espacio de generosidad". Nos lo ponen muy difícil para seguir confiando y siendo generosos.
A pesar de todo, ahora que nos están arrancando la piel en nombre de un futuro cada vez más oscuro, es posible y es muy bueno decirnos de todo corazón y escuchar desde el Corazón de la Realidad o de Dios la voz que nos dice: "Amiga, amigo, no temas".
No temas mirar de frente a la dura realidad y a lo que está por venir, ni de llamarlo por su nombre. Abre los ojos y ve lo que nos ha traído hasta aquí. Nadie somos inocentes, pero no todos somos igualmente culpables. Los que menos han ganado en los tiempos de bonanza son los que más están perdiendo en la crisis: ésos son los más inocentes. Entidades financieras, especuladores, corruptos y beneficiarios de pingües sobresueldos: ésos son los más culpables. Y los políticos que se les someten. ¿Cómo se vuelven tan sensibles y vulnerables ante una pacífica protesta ante su portal quienes cada viernes o incluso cada día toman tan impasibles medidas violentas que empobrecen a los pobres sin impedir que los ricos se enriquezcan? Pero no se trata ante todo de repartir culpas ni de imponer castigos. Se trata de crear otro futuro desde la compasión.
No temas creer que otro futuro, otra política, otra economía es no solo necesaria, sino también posible. Si lo creemos, será posible. Si no lo creemos, no.
No temas abrirte a la esperanza y la utopía. La utopía no es para alcanzarla algún día, sino para saber hacia dónde caminar cada día. La utopía nos indica el camino y la esperanza nos impulsa a caminar.
No temas tu impotencia, ni tus incoherencias y desfallecimientos. Ni tus miedos. Tampoco temas el fracaso. No es preciso que lo des todo ni que salves a todos. Basta que añadas un granito de trigo a la mesa, un granito de arena a la casa.
"No temáis pensando qué vais a comer o con qué os vais a vestir –dijo una vez Jesús de Nazaret–. Mirad cómo viven las aves del cielo, cuán bellos son los lirios del campo". Las aves del cielo viven con poco y con muy poco son tan bellos los lirios del campo. También nosotros podremos ser felices, más felices incluso, con menos.
No temas, amiga, amigo, a pesar de todo.

domingo, 16 de junio de 2013

El miedo al Papa y el miedo a los pobres


Por José M. Castillo
Es un hecho que abundan en la Iglesia las personas a quienes no les gusta el papa Francisco. Más aún, es un hecho también que existen en la Iglesia personas que le tienen miedo a este papa. Ese miedo se explica, no sólo porque Francisco es un hombre que no se ajusta a las costumbres y al modo "normal" de proceder de los papas que hemos conocido, sino además porque Francisco no para de hablar de un tema que, por lo visto, a no pocas personas les pone nerviosas. Me refiero al tema de los pobres.
Yo no sé qué tienen los necesitados, que, cuando ese asunto se plantea, somos muchos (me meto yo también, por supuesto) los que nos sentimos mal, sobre todo cuando eso se nos presenta a fondo, con todas sus causas y todas sus consecuencias.
Además - y esto es lo más grave -, este papa no se limita a recordarnos el amor que debemos tener a los necesitados, sino que, además de eso y sobre todo a propósito de eso, en sus discursos y homilías, suele arremeter contra la gente de Iglesia, denunciando, sin pelos en la lengua, a los funcionarios de la religión que no hacen lo que tienen que hacer, que se muestran como unos trepas que lo que quieren es colocarse en puestos de importancia, ganar dinero y vivir bien.
Y Francisco hasta ha llegado a denunciar públicamente a los mafiosos vestidos de sotana. No estábamos acostumbrados a este lenguaje en "los augustos labios del Pontífice", según solía expresarse "L'Oservatore Romano" hasta los tiempos de Juan XXIII, que cortó en seco con semejante estupidez en la forma de hablar.
No estoy exagerando. Y menos aún inventando cosas que no son verdad. La semana pasada he estado en Italia dando unas conferencias. Y allí me han dado cuenta de gente de mucho nombre y de mucho rango, en los ambientes eclesiásticos y clericales, a quienes no les llega la camisa al cuerpo. ¿Temen traslados? ¿Temen descensos? ¿Tienen miedo a no alcanzar lo que ya creían estar tocando con punta de los dedos? ¡Cualquiera sabe! Sea lo que sea, lo que parece no admitir duda es que se está reproduciendo exactamente lo que insistentemente repiten los evangelios: los sumos sacerdotes del tiempo de Jesús, con las otras autoridades religiosas, senadores y letrados, "tenían miedo" (Mt 21, 26. 46; Lc 20, 19; Mc 11, 18; Lc 22, 2; Mc 11, 32; 12, 12).
Miedo, ¿a quién? A la gente, al pueblo, a los pobres. Así lo dicen los textos de los evangelios. Como dicen también que Jesús les espetó en su cara que habían convertido el templo en una "cueva de bandidos" (Mt 21, 13; cf. Jer 7, 11 par). Por eso el papa no ha tenido reparo en repetir, refiriéndose a determinados clérigos actuales, que son unos "ladrones". Y Francisco añadía: "lo dice el Evangelio".
Hay quienes se quejan de que este papa no toma decisiones. Porque no quita a unos y pone a otros en los cargos más importantes de la Curia. Nadie sabe lo que el papa Francisco piensa hacer. Lo que sabemos es lo que ha hecho ya. Y, por lo menos hasta ahora, ha hecho dos cosas que están a la vista de todos:
1) Ha adoptado una forma de vivir, que no es la que estábamos acostumbrados a ver en los papas hasta ahora.
2) Se ha puesto decididamente a favor de los pobres y habla muy duro en contra de los ricos y de los trepas que buscan poder y privilegios.
¿Se va a quedar en eso? Yo creo que no. Estamos empezando, nada más que empezando. Y eso es lo que más miedo les da a algunos. Pero, en cualquier caso, no vendrá mal recordar que Jesús hizo lo mismo que hasta ahora viene haciendo este papa: llevar una vida austera y tener una libertad para hablar y hacer ciertas cosas, que sacan de quicio justamente a los mismos que sacó de quicio la conducta de Jesús.
Francisco trae de cabeza a los más observantes de no pocas tradiciones que en los sectores más tradicionales de la Iglesia se consideraban intocables. Y mire Vd. por dónde las dos cosas que ya ha puesto en marcha Francisco - que son las dos que puso en marcha Jesús - fueron (y siguen siendo) el motor de cambio en la historia:
1) una forma de vivir sencilla y solidaria;
2) y una opción preferente por los pobres, que descoloca a los privilegiados e importantes, hasta ponerlos en el último lugar.
El papa Francisco no ha nombrado cargos ni ha tomado decisiones clamorosas. Se ha limitado a poner en el centro de sus preocupaciones lo mismo que puso Jesús: el sufrimiento de los pobres. Y eso les ha metido el miedo en el cuerpo a los que anhelaban un papado con otras pretensiones. Las pretensiones de los trepas y la ambición de la observancia que bien puede ocultar una ética dudosa, quizá contradictoria con la conducta de la gente honrada.
Y termino: les aseguro que me da lo mismo que el papa sea progresista o conservador. Lo que me importa de verdad es que el papa Francisco se ha centrado y concentrado en el Evangelio. No para de hablar de Jesús, de lo que hizo y dijo Jesús. Tenga la ideología que tenga, si está identificado con Jesús, me siento espontáneamente identificado con el papa. Ni más ni menos que eso.

miércoles, 12 de junio de 2013

La "tentación" de Francisco de Asís y la posible "tentación" de Francisco de Roma


Por Leonardo Boff
No imaginemos que los santos y santas están libres de las vicisitudes del común de la humanidad, que conoce momentos de alegría y frustración, tentaciones peligrosas y superaciones valerosas. No fue diferente en San Francisco, presentado como «el hermano siempre alegre», cortés, que vivía una fusión mística con todas las criaturas, a las que consideraba hermanos y hermanas. Pero, al mismo tiempo, era una persona de grandes pasiones e ira profunda cuando veía sus ideales traicionados por sus hermanos. Su mejor biógrafo, Tomás de Celano, describió con cruel realismo que Francisco sufría tentaciones de «violenta lujuria», que sabía sublimar simbólicamente.
Hay, sin embargo, un hecho que la historiografía piadosa del franciscanismo oculta, pero está bien documentado por la crítica histórica, y es conocido con el nombre de «la gran tentación». Los últimos 5 años de la vida de Francisco (muerto en 1226) estuvieron marcados por angustias profundas, casi desesperación, y enfermedades graves que lo afligían, como la malaria y la ceguera. El problema era objetivo: su ideal de vida era vivir en extrema pobreza extrema, sencillez radical y despojado de todo poder, apoyado sólo en el Evangelio leído sin interpretaciones que suelen desfibrar su sentido revolucionario.
Sucedió que en unos pocos años su estilo de vida cautivó a miles de seguidores, más de cinco mil. ¿Cómo albergarlos? ¿Cómo darles de comer? Muchos eran sacerdotes y teólogos como San Antonio. Su movimiento no tenía una estructura ni legalidad. Era un puro sueño tomado en serio. El mismo Francisco se entiende como un «novellus pazzus», como un «nuevo loco» que Dios quería en la Iglesia riquísima, gobernada por el Papa Inocencio III, el más poderoso de todos los papas de la historia.
A partir del verano de 1220 escribió varias versiones de una regla que todas fueron rechazadas por el conjunto de la fraternidad. Eran demasiado utópicas. Frustrado y sintiéndose inútil, decidió renunciar a la dirección del movimiento. Lleno de angustia y sin saber qué más hacer, se refugió en el bosque durante dos años, sólo visitado por su íntimo amigo fray León. Esperaba una iluminación divina que no venía. Entre tanto, se redactó una regla marcada por la influencia de la curia romana y del Papa que convirtió el movimiento en una orden religiosa: la Orden de los Frailes Menores, con estructura y propósitos definidos. Francisco, con dolor, la aceptó humildemente. Pero dejó claro que no la discutiría más sino dando ejemplos del primitivo sueño. La ley triunfó sobre la vida, el poder encorsetó el carisma. Pero quedó el espíritu de Francisco: de pobreza, de sencillez y de hermandad universal que nos inspiran hasta el día de hoy. Murió en medio de una gran frustración personal, pero sin perder la alegría. Murió cantando cantilenas de amor provenzales y salmos.
Francisco de Roma seguramente estará enfrentándose a su «gran tentación», no menor que la de Francisco de Asís. Tendrá que reformar la Curia romana, una institución que cuenta con cerca de mil años. Ahí está cristalizado el poder sagrado (sacra potestas) de forma administrativa. A fin de cuentas se trata de administrar una institución con una población como la de China: mil doscientos millones de católicos. Pero inmediatamente hay que advertir: donde hay poder difícilmente son posibles el amor y la misericordia. Es el imperio de la doctrina, el orden y la ley, que por su naturaleza incluyen o excluyen, aprueban o condenan.
Donde hay poder, sobre todo en una monarquía absoluta como el Estado Vaticano, siempre surge un anti-poder, intrigas, carrerismo y disputa por el poder. Thomas Hobbes en su famoso Leviatán (1651) lo vio claro: «no se puede garantizar el poder, sino buscando poder y más poder». Francisco de Roma, actual obispo local y Papa, debe interferir en ese poder, marcado por mil astucias y, a veces, por corrupción. Sabemos por los Papas anteriores que se propusieron reforma de la Curia, las resistencias y frustraciones que tuvieron que soportar, e incluso se sospecha de la eliminación física de algún Papa hecha por la gente de la administración eclesiástica. Francisco de Roma tiene el espíritu de Francisco de Asís: está por la pobreza, la sencillez y el despojamiento del poder. Pero afortunadamente es jesuita, con otra formación y dotado del famoso "discernimiento de espíritus", propio de la Orden. Manifiesta una ternura explícita en todo lo que hace, pero también puede mostrar un vigor inusitado, como corresponde a un Papa con la misión de restaurar la Iglesia moralmente arruinada.
Francisco de Asís tenía pocos consejeros, soñadores como él, que no sabían cómo ayudarlo. Francisco de Roma se ha rodeado de consejeros elegidos de todos los continentes, personas de edad, es decir, con experiencia en el ejercicio del poder sagrado. Éste debería adquirir ahora otro perfil: más de servicio que de mando, más despojado que adornado de los símbolos del poder palaciego, más con "olor a oveja" que a perfume de las flores del altar. El portador del poder sagrado debe ser antes pastor que portador de la autoridad eclesiástica; presidir más en la caridad y menos con el derecho canónico, debe ser hermano entre sus hermanos, pero con diferentes responsabilidades.
¿Francisco de Roma soportará su «gran tentación» inspirado en su homónimo de Asís? Estimo que sabrá tener mano firme y no le faltará coraje para seguir lo que le dicte su "discernimiento de espíritu" para restaurar efectivamente la credibilidad de la Iglesia y devolver la fascinación por la figura de Jesús.
Ojala este Papa Francisco haga validos y muestre la actualidad de los valores de humildad y fraternidad cósmica del fratello de Asís.

Defensor de las prostitutas


(Reflexión a Lc. 7, 36 – 8, 3)
Jesús se encuentra en casa de Simón, un fariseo que lo ha invitado a comer. Inesperadamente, una mujer interrumpe el banquete. Los invitados la reconocen enseguida. Es una prostituta de la aldea. Su presencia crea malestar y expectación. ¿Cómo reaccionará Jesús? ¿La expulsará para que no contamine a los invitados?
La mujer no dice nada. Está acostumbrada a ser despreciada, sobre todo, en los ambientes fariseos. Directamente se dirige hacia Jesús, se echa a sus pies y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle su acogida: cubre sus pies de besos, los unge con un perfume que trae consigo y se los seca con su cabellera.
La reacción del fariseo no se hace esperar. No puede disimular su desprecio: “Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer y lo que es: una pecadora”. El no es tan ingenuo como Jesús. Sabe muy bien que esta mujer es una prostituta, indigna de tocar a Jesús. Habría que apartarla de él.
Pero Jesús no la expulsa ni la rechaza. Al contrario, la acoge con respeto y ternura. Descubre en sus gestos un amor limpio y una fe agradecida. Delante de todos, habla con ella para defender su dignidad y revelarle cómo la ama Dios: Tus pecados están perdonados”. Luego, mientras los invitados se escandalizan, la reafirma en su fe y le desea una vida nueva: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”. Dios estará siempre con ella.
Hace unos meses, me llamaron a tomar parte en un Encuentro Pastoral muy particular. Estaba entre nosotros un grupo de prostitutas. Pude hablar despacio con ellas. Nunca las podré olvidar. A lo largo de tres días pudimos escuchar su impotencia, sus miedos, su soledad... Por vez primera comprendí por qué Jesús las quería tanto. Entendí también sus palabras a los dirigentes religiosos: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas entrarán antes que vosotros en el reino de los cielos”.
Estas mujeres engañadas y esclavizadas, sometidas a toda clase de abusos, aterrorizadas para mantenerlas aisladas, muchas sin apenas protección ni seguridad alguna, son las víctimas invisibles de un mundo cruel e inhumano, silenciado en buena parte por la sociedad y olvidado prácticamente por la Iglesia.
Los seguidores de Jesús no podemos vivir de espaldas al sufrimiento de estas mujeres. Nuestras Iglesias diocesanas no pueden abandonarlas a su triste destino. Hemos de levantar la voz para despertar la conciencia de la sociedad. Hemos de apoyar mucho más a quienes luchan por sus derechos y su dignidad. Jesús que las amó tanto sería también hoy el primero en defenderlas.
José Antonio Pagola

viernes, 7 de junio de 2013

El sufrimiento ha de ser tomado en serio


(Reflexión a Lc. 7, 11-17)
Jesús llega a Naín cuando en la pequeña aldea se está viviendo un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo.
En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también éste acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella?
El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, “el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores”. Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios.
No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: “No llores”. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir.
No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús “lo entrega a su madre” para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola.
Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús. Invita a sus lectores a que vean en él la revelación de Dios como Misterio de compasión y Fuerza de vida, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente.
En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”.
Esta compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. Desde las comunidades de Jesús se tiene que escuchar un grito de indignación absoluta: el sufrimiento de los inocentes ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando
José Antonio Pagola

sábado, 1 de junio de 2013

En medio de la crisis


 (Reflexión a Lc 9, 11-17)
La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.
Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.
Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.
En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.
Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.
La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.
La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza.
José Antonio Pagola